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“¡Si tan solo, desde hoy, las mujeres se unieran de verdad” Sí, si las mujeres, las jóvenes mujeres de hoy tomaran súbitamente conciencia de que el feminismo es mucho más que feminismo, ¡y que el grito más radicalmente verdadero es feminismo o muerte!”

Le féminisme ou la mort, Frençoise d’Eaubonne

El animal favorito de muchos es el perro, por ser el compañero del hombre; o el delfín porque, según algunos estudios, es el más inteligente. También el manatí por su ternura; el león feroz; o el gato, por su habilidad.

Mi animal favorito siempre ha sido el caballo, aunque su pelaje me da tanta alergia que a duras penas lo puedo ver por la hinchazón en mis ojos. Aun así, vivo enamorada de su mirada, de su galope, y más que todo, de su amabilidad.

El caballo me gusta por lo poco que se parece a los humanos; porque todavía hay que domarlo para que en sus auges de libertad no nos patee o muerda. O para que no salga corriendo a pesar de que le montamos en el lomo varios kilogramos de cuero, y en la boca le embutimos un freno metálico diseñado para presionarle las encías. Todo para que haga lo que nosotros queramos.

A pesar de todo esto, el caballo se sigue desbocando, porque la libertad la lleva en cada fibra de sus músculos. Desde la primera vez que me pateó uno- un potro que quise acariciar- supe que quería ser como ellos. Porque yo hubiera hecho exactamente lo mismo si un extraño entra a mi casa a acariciarme sin pedir permiso, ni decirme su nombre.

Del caballo he aprendido que mi racero para medir a la naturaleza no tiene nada que ver con nuestra relación a ella. Es decir, yo no clasifico a los seres no-humanos de acuerdo con su utilidad para los humanos, porque el asumir que somos lo mejor que hay en el mundo natural es profundamente problemático.

En una clase de la universidad hablábamos sobre ecofeminismo. ¿Qué tiene que ver la explotación del medio ambiente con el patriarcado, con la opresión de las mujeres?  O mejor aún, ¿qué tiene que ver el antropocentrismo, el situar al ser humano como la especie central de la tierra, con la desigualdad? Nada, pensé.  

En 1974, la francesa Françoise d’Eaubonne publicó un libro que dividió al movimiento feminista. Al reconocer la conexión entre la explotación de la tierra, de los animales, y de las mujeres como consecuencias del patriarcado, abrió las puertas para un debate que, a hoy, pareciera no tener fin.

D’Eaubonne reconoció que la explotación agresiva ha sido tradicionalmente asociada con la masculinidad. Y que se ha puesto prioridad no solo por el sistema neoliberal y capitalista en el que vivimos, sino también porque, dentro de un sistema patriarcal, cualquier cosa que sea masculina es superior.

Ahora, no estoy de acuerdo con toda su teoría. Por ejemplo, no creo que la crisis ambiental y la desigualdad de género se puedan resolver al mismo tiempo, revirtiendo los valores que tenemos como sociedad. La autora propone que, al priorizar los valores tradicionalmente femeninos como la cooperación y el cuidado, podemos resolver ambas crisis sociales.

Primero, quienes leyeron Las damas de hierro saben que no comparto las generalizaciones basadas en género; yo no creo que los hombres sean naturalmente agresivos ni las mujeres naturalmente cuidadoras. Además, lo que más me cuestiona de esta teoría es, en términos prácticos, ¿cómo vamos a revertir un sistema de valores que nos aqueja desde hace siglos?

Pero la duda permanece, porque sí hay una similitud entre las estructuras que oprimen al medio ambiente y aquellas que oprimen a las mujeres. Ambas son agresivas, masculinizadas, potencialmente genocidas, y yacen en una cuna donde quienes toman las decisiones son, en su mayoría, hombres.

Pero la similitud más clara es el posicionamiento del hombre. He tenido mucho cuidado al escribir esto para no hablar de un antropocentrismo masculino, del posicionamiento del hombre como central en el mundo natural. Pero, hay que aceptar que así hablamos.

Entonces, categorizamos a los animales dependiendo de su utilidad -o de su semejanza- al hombre. Asimismo, también categorizamos a las mujeres, inclusive nosotras mismas, dependiendo de nuestra utilidad para el hombre.

Nos gustan los perros por ser los compañeros del hombre. Valoramos las caderas anchas como un ideal de belleza porque eso significa mayores posibilidades de parir sin complicaciones, para que el hombre se pueda reproducir. O, la mujer nació de la costilla de Adán (el hombre) para servirle a este un propósito.

No comparto todo lo que escribe d’Eaubonne, pero, al desarrollar una mirada con enfoque de género, al haber existido en un mundo patriarcal, sí puedo entender el trasfondo de su teoría. No diré que sin feminismo hay muerte segura, como lo afirma ella, pero ahora reconozco que detrás del movimiento que me ha acogido sí hay mucho más por explorar.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/salome-beyer/

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