Feminicidios de farándula

Feminicidios de farándula

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Nunca le han atinado a la edad que tengo. A los doce me decían que parecía de dieciocho, a los quince de veinte, y ahora a los veintiuno de veinticinco. Aunque no dudo que es porque siempre he sido alta, también creo que es porque, al no tener primos con quienes jugar, y al haber sido la única hija del grupo de amigos de mis papás durante muchos años, hablaba de temas raros; temas de grandes como la política, los derechos humanos, la historia. Entonces, me han perseguido los comentarios de asombro cuando digo cuántos años tengo.

Siempre me ha gustado que me pongan más años, pues concuerda con el hecho de que siempre he sentido la discrepancia entre lo que se conversaba en la cafetería del colegio y en la mesa del comedor de mi casa, o entre lo que se esperaba de alguien de mi edad y lo que yo era.

Cuando a los once años me declaré feminista, la diferencia nunca había sido tan evidente. He escrito antes sobre cómo me hubiera gustado no “madurar biche,” pero que me pongan más años de los que tengo siempre me ha enorgullecido.

Claramente, no sé nada. Antes pensaba que al tener veintiuno iba a ser adulta autosuficiente, inteligente, superada, fuerte y echada pa’ delante pero, entre más crezco, más me doy cuenta de lo mucho que me falta. En las clases de la universidad, en el tiempo que paso leyendo, en las conversaciones que tengo, no me vuelvo más inteligente, sino menos bruta. Y claro, con esto vienen más preocupaciones sobre la vida, porque entre menos bruta me vuelvo, menos sé a qué me quiero dedicar: si quiero ser madre o no, si creo en la religión o no, si quiero seguir luchando por las mismas causas o no. Entre menos bruta, más existencialista. Pero lo bueno es que todavía tengo mucho por vivir, o por lo menos eso espero.

Valentina Trespalacios tenía también 21 años cuando la mataron. Me imagino que, así como yo siento emoción y angustia por el futuro, por enfrentarme a un mundo tan cambiante, tan dividido, también lo sentía ella. Me imagino que compartíamos algunos gustos musicales, tal vez el verde como color favorito, las orquídeas como flor favorita, el amor por el maquillaje. Me imagino que antes de que la mataran, Valentina era algo parecida a mí.

La semana pasada muchísimos medios reportaron lo que su presunto feminicida declaró. En detalle relataron lo que él dijo que había sucedido, cómo había perdido la consciencia y no se había dado cuenta de lo que había hecho hasta despertarse arrepentido. Usaron a Valentina como titular para vender detalles dolorosos y amarillistas que sobraban y revictimizaban no solo a Valentina, sino también a toda su familia.

Medios irresponsables, les dije en X. “Los detalles de la muerte de alguien siempre se han contado, justamente de eso tratan y es la razón de ser de los medios de comunicación. No me jodas,” me dijo alguien. Reclamé que, en cada sala editorial, en cada periódico, en cada sala de redacción, debe haber alguien especialista en género, pero a muchos no les quedó clara el porqué. Entonces, y entendiendo que no tengo por qué ir educando a nadie, explicaré. 

Primero, y como escribí la semana pasada, el hecho de que algo se haya hecho siempre de cierta manera no quiere decir que así lo deberíamos seguir haciendo; si los medios han reportado con pelos y señales las muertes de muchas personas no quiere decir que lo deberían seguir haciendo, especialmente sin la autorización de las familias de las víctimas.

Segundo, la muerte por feminicidio viene cargada con un precedente de violencias basadas en género, miles de historias similares, y una lucha que nos supera a usted, a mí, y a todos los medios. Esa misma lucha para reivindicar las violencias que hemos vivido las mujeres nos ha enseñado que las historias solo las pueden contar las sobrevivientes, y que nada explica ni justifica un feminicidio. Aun así, muchos han insinuado que Valentina fue la culpable de su muerte por haber sido DJ, o porque tal vez había consumido drogas. La ironía está en que muchos de los autores de estos comentarios reclaman que todas las vidas importan.

El usar como titular lo que dijo un presunto feminicida reduce lo que sucedió, les da a entender a las audiencias (que en su mayoría son mediocres y no van más allá de los titulares) que lo único que hay por resaltar es lo que dijo él. En el caso de Valentina, se da a entender que no fue deliberado, que su asesinato no tuvo un trasfondo machista, y que importa más lo que pasó antes de ser asesinada que su muerte misma.

Tercero, lo que sucedió no es chisme, ¿entonces por qué escriben al respecto como si fuera noticia de farándula?, ¿para qué tenemos que indagar sobre lo que hizo o no hizo una mujer antes de ser asesinada? Sabiendo que vivimos en un país que le tiene pánico a la sexualidad de las mujeres, los medios recurren constantemente a esta herramienta para tener más clics, vender un periódico, vender una historia. Amarillistas, les dije, porque lo son. No tienen trasfondo ni investigación de calidad ni perspectiva de género ni decencia.

Entonces sí, sí jodo. Jodo porque si me pasara lo que a Valentina quisiera que alguien más jodiera en mi ausencia, incomodando a quienes justifican un asesinato, a quienes tratan la vida como una noticia de farándula. Sí jodo porque ella no está.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/salome-beyer/

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