Fanatismos fatales

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“La cultura es peligrosa. Leer, sin duda, es el arma más subversiva al alcance de los humanos.”

David Trueba.

“Normalmente, quienes aprietan el gatillo o empuñan el cuchillo suelen haber leído muy pocos libros en su vida. De haber leído más libros, o de haber estado en condiciones de escribir uno ellos mismos, ¿habrían sido capaces de ejercer este tipo de violencia?”

Orhan Pamuk.

Qué impresión me ha causado el ataque al escritor Salman Rushdie. No solo por la posibilidad de perdernos su presencia y sus próximas letras, sino también por esa prueba tan dramática, visible e inesperada de cómo nos domina el fanatismo, del peligro de la expresión de las ideas y la creatividad.

Más de treinta años han pasado desde que el ayatolá Jomeini de Irán declaró la fetua para matar a Salman Rushdie tras la publicación de su novela Los versos satánicos. Un tiempo en el que han asesinado a traductores de la obra y a personas que simplemente estaban en el lugar equivocado, y en el que el escritor ha vivido bajo la sombra de esa condena invisible y eterna, como recién lo comprobamos.

Es una eternidad espeluznante, ese no saber cómo crece silencioso el odio en aquellos que nos detestan sin conocernos, por lo que pensamos, por cómo expresamos nuestra visión de la vida. “Qué pavoroso resultaría comprobar que, en un mundo marcado por la fugacidad, el fanatismo haga semejante gala de paciencia”, dijo la escritora Nuria Barrios.

Perseguido, Salman Rushdie ha cruzado fronteras que el fanatismo y el odio no conocen. Las fronteras que ha diseñado el hombre son para las personas —como decía Remarque en Noche en Lisboa, “que un hombre no significaba nada y un adecuado pasaporte todo”— y no para las emociones ni las ideas, que por más que las distintas autoridades quieran detener, cruzan invisibles y omnipotentes, dando lugar a las mejores y las peores de las situaciones.

No olvido jamás que, hace unos años, al solicitar mi visado para viajar a India, el país de Rushdie, me dijeron que era una formalidad que no tardaría más de una semana. Pasaron dos y tres, acercándose a la fecha de partida, y yo no recibía mi pasaporte. Hice de todo hasta lograr comunicarme con la embajada de ese país en Colombia, en donde me dijeron que se debía a que yo era periodista y no sabían a qué iba. Ante mi shock y mis explicaciones sobre el propósito vacacional e inocente de mi visita, logré que accedieran al visado comprometiéndome en una carta a no escribir nada sobre esa nación.

Curiosamente, al llegar al aeropuerto de Nueva Delhi tuve una conversación amable con la persona de inmigración, que por algún motivo terminó en literatura y en su pregunta de cuáles eran mis escritores indios favoritos. El nombre de Salman Rushdie frenó en seco cuando ya casi lo había pronunciado, pues recordé la peligrosidad de las ideas visibles en las fronteras.

He pensado mucho en este gran escritor. Primero en el deseo de que no muriera y, después, en la tristeza de que, tras semejante vida intelectual, a sus setenta y cinco años la posibilidad de perder un ojo, junto a otro montón de problemas de salud, vayan a ser la puerta a sus años de vejez.

Sobre todo, no he dejado de pensar en que, al no morir, al despertar del horror, sea consciente de lo que le pasó, sepa que el odio de un desconocido tuvo la paciencia necesaria para alcanzarlo, cuando probablemente asumiera que la fetua iraní sería solo una historia incumplida en su biografía.

Y pensé también en cómo observamos, ajenos, las tragedias de los otros. Qué sentiría Salman Rushdie en 1994 cuando apuñalaron al Nobel egipcio Naguib Mahfuz —que perdió un ojo—, y hace mes y medio ante el asesinato en un evento del ex primer ministro japonés Shinzo Abe, sin saber que pronto le ocurriría a él. Lo impensable nos ronda siempre. A todos.

“Hay quien cree que lo más difícil de este oficio es vencer a la página en blanco, cuando lo aterrador es defender la página escrita ante quien quiere borrarla”, dijo el periodista Sergio del Molino. En un mundo en el que las ideas son amenaza para los fanáticos, habrá siempre quien quiera borrarnos. Por eso la lucha —también eterna— por la libertad, porque las fronteras jamás logren detener el pensamiento y dejen de ser símbolos de amenaza.

Sobre la frase “te culparán por no estar muerto” que le dijo Salman Rushdie al escritor Roberto Saviano hace unos años, este último explicó que apenas está comprendiendo a fondo lo que Rushdie le quiso decir: “no vivas como si ya te hubieran matado”. Quienes tanto odian al autor de Los versos satánicos, representados por un títere veinteañero que lo acuchilló, solo han logrado que millones de personas más vayan a leer al hombre que jamás dejó de sonreír en las fotos ni de escribir.

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