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Salomé Beyer

Falsas alianzas

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Las conversaciones del día a día, las mundanas, son sobre feminismo para mí.

Creo que el hecho de que yo haya sido tan abierta con respecto a mi feminismo ha hecho que las personas a mi alrededor se sientan seguras preguntándome sobre igualdad de género, contándome sus preocupaciones, sus cuestionamientos sobre las mujeres, el patriarcado, el machismo y muchos otros temas que desafortunadamente son un tabú. Entonces, esos mismos temas se han convertido en mis conversaciones del día a día, y aunque sí lo he normalizado un poco, hay ciertas ideas que sí me cuestionan, me hacen abrir un poco más mi forma de ver el mundo y, sobre todo, me hacen seguir reconociendo que el feminismo no es un movimiento perfecto, y que hay muchísimo espacio.

Hace poco, un amigo me contó que él sentía que trataba bien a todas las mujeres a su alrededor; no siente que seamos diferentes en derechos, y que no deberíamos ser diferentes en privilegios. Aún así, me preguntó si yo pensaba que él era feminista. Aunque trata a todas las mujeres con respeto y reconoce que vivimos en un mundo desigual para las mujeres, no sale a protestar el 8 de marzo ni dice que es feminista en sus redes sociales.

Mi respuesta fue inmediata y sin vacilaciones. Claro que es feminista. Porque creo que el feminismo ha trascendido su estatus del siglo pasado como movimiento político. El feminismo es un movimiento social, es un estilo de vida, es una manera de ver el mundo. Afortunadamente, para ser feminista no se necesita ir a la Plaza de Bolivar a protestar. No se necesita decirlo en redes sociales y, sobre todo, no se necesita confirmación de nadie. Solo se necesita tratar a las mujeres y a las comunidades marginadas con el respeto que su opresión merece. Se necesita reconocer que, aunque lo queramos, no somos iguales en derechos o, por lo menos, en su respeto. Él, por ejemplo, me contó que nunca se había preocupado a tal nivel por la seguridad de una mujer, y que empezó a hacerlo luego de que su novia le contara sus preocupaciones al. salir a la calle. Mientras un hombre se preocupa por un atraco, perder su celular o billetera, una mujer se preocupa por su muerte, o peor aún, por una violación. Y estas son sus palabras, no las mías, pero tiene mucha razón.

La antítesis de este amigo mío, tan genuinamente preocupado por querer ser aliado de las mujeres, es Gustavo Petro. Me acuerdo que en una conversación con otros columnistas de No apto, me preguntaron si pensaba que Rodolfo o Gustavo eran machistas. Estábamos a pocos días de la segunda vuelta presidencial y de nuevo mi postura como feminista llevó a que fuera muy cuestionada. Mi respuesta tambien fue inmediata: el machismo de Gustavo Petro es peor porque es el machismo del día a día. Es el machismo que se camufla, el machismo de un hombre que se pone la pañoleta verde y va al debate feminista. El “feminismo” de Petro es únicamente discursivo, un arma que el presidente reconoció por su valor ya que el movimiento llevaba muchísimos años sin un aliado político en el poder.

La alianza de Petro con les feministas es todo lo contrario a la alianza de mi amigo, porque mientras que la alianza de mi amigo carece de palabras, la de Petro carece de acciones. Fue al debate feminista pero llegó tarde, tiene a la primera mujer negra y feminista como vicepresidenta pero no sabe cuál es la diferencia entre identidad de género e identidad sexual; aunque su fórmula vicepresidencial pueda dar cátedra sobre esto, la escucha poco, creo.

Hay que reconocer que, para el panorama mundial actual, es ganancia ser feminista. Es beneficioso velar por los derechos de todes, y por eso es necesario reconocer las falsas alianzas que pretenden defender lo que nosotres también defendemos. Solo así podremos potencializar las alianzas verdaderas, y al movimiento en general.

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