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El orden económico mundial establece jerarquías entre naciones. Hay algunas que por sus condiciones geográficas cuentan con recursos indispensables para las cadenas de producción: petróleo, carbón, oro y otros minerales. Estas naciones usualmente se convierten en despensas de otras que demandan minerales, plantas, frutas y animales, para transformarlos agregándoles un mayor valor económico que usualmente no es distribuido de manera justa entre los agentes que participan de la cadena. A este modelo se le conoce como extractivismo y es una de las causas de los males de nuestro tiempo: la desigualdad social y la degradación planetaria.
El extractivismo se fundamenta en la relación de dominación patriarcal por excelencia: la opresión de la naturaleza (femenina) en nombre del progreso (masculino) para provecho de una élite privilegiada. El sostenimiento del régimen político patriarcal se fundamenta en su capacidad para orientar todas las esferas de las relaciones humanas. Las que se construyen en el mercado entre agentes económicos son moldeadas por las que se crean en las familias y comunidades y, en particular, por un tipo de relación vital para la economía: las relaciones eróticas heterosexuales.
En las relaciones amorosas entre hombres y mujeres opera una forma particular de extractivismo: las mujeres que crecemos en una sociedad ordenada alrededor del género nos convertimos en una fuente de cuidado para los hombres que lo toman para agregarle un mayor valor, por ejemplo, en trabajos mejor remunerados que exigen dedicaciones de tiempo no compatibles con las labores del cuidado, y ese mayor valor no se redistribuye de manera justa.
Amar es cuidar a otros y a las mujeres desde niñas nos enseñan a cuidar. El cuidado puede tomar la forma del trabajo no remunerado: preparación de alimentos, limpieza, crianza, entre otros, o puede tomar la forma de cuidado emocional: escuchar, abrazar y sostener el peso de ser humanos en un mundo tan hostil para lo blando. En una sociedad patriarcal el amor se extrae como el carbón de la tierra para encender el motor que mueve al mundo. Si queremos vivir en un mundo más justo las jerarquías entre hombres y mujeres deben ser cuestionadas con la misma fuerza con la que se cuestionan las jerarquías del sistema económico que es su reflejo. Si queremos vivir en un mundo más justo tenemos que hablar del amor.