Escuchar artículo
|
«Sólo porque no percibamos algo, no es correcto decir que no existe».
Thich Nhat Hanh
Con mis ojos logro encontrar respuestas, pero también formular preguntas. Una que me persigue con constancia es si el ver a mi mejor amigo en la calle, en las esquinas y los cuartos, las canchas de baloncesto y los sofás, es una ficción o una realidad. Lo vi en mi casa la mañana en la que me llamaron a contarme que se había ido, también en la misa donde lo despedimos colectivamente; estaba en la primera fila vestido de azul y llevaba su barba pulida como siempre. Desde allí me miró y supe que nunca me volvería a abrazar, a acurrucarme en su compañía y escucharle hablar.
Casi un año después de intentar despedirme aún no consigo hacerlo, le sigo escribiendo a su número que ya fue desactivado y tengo guardadas en el disco de mi computador las últimas notas de voz que me mandó. Tengo la impresión de que si no lo mantengo caminando en mis recuerdos desaparecerá y será mi culpa por permitirme dejar de revivirlo en mi mente. Si no lo pensaba, entonces habrá sido verdad que ha muerto y me veré obligada a vivir sin su presencia.
¿Cómo entender la impermanencia?, ¿cómo comprender la muerte sin que se presente como una sombra de algo que pudo ser y no fue? Me cuesta aceptar que no poseo ningún control sobre esta vida y lo impredecible que es el cambio. Hace un año estaba con él desayunando y hoy escribo una columna sobre lo que se siente perderlo, también sobre cómo puedo comprender su ausencia física como algo más que el simple deceso del cuerpo. Me contrapongo a la idea de que el no verlo hace que no exista; que lo que es, se haya limitado a su carne, su ropa, sus huesos.
Los tibetanos ven la muerte de una forma tan natural y bella que en mi desesperado intento de sentir un poco de alivio me ocupé en leerles para encontrar respuestas a mis preguntas. El dolor que he sentido estos meses hace parte de la ciega interpretación que tengo de lo que es una persona, de haber limitado lo que es una de sus muchas manifestaciones, que es la forma.
Sin su forma sentí perderle pero, en la medida en que intento ver la muerte como transformación, logro encontrarlo en cada vez más lugares. Veo a mi mejor amigo en las nubes y los rayos de sol, en la brisa del domingo (su día menos favorito) y en el rostro juguetón de un niño. Conocer su nueva forma es amistar de nuevo, conocerlo con sus otras dimensiones, con una expresión del amor que solo se comparte con quienes ya no habitan un cuerpo y que, de una forma u otra, me hacen comprender mejor la vida.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mariana-mora/