A todos nos encanta tener la razón. A lo largo de los años nos creamos barreras impenetrables en las que nos sentimos seguros y que estamos dispuestos a defender a toda costa. Siempre buscamos evidencias que soporten nuestras opiniones. Y como nuestro cerebro es experto en identificar patrones y sesgarse por lo que le parece importante, siempre vamos a encontrar esas evidencias.

En mi caso particular, aceptar que me equivoco o que pueden haber opiniones y perspectivas diferentes, me ha costado mucho. Si hay algo que me puede hacer perder la calma y la seguridad, es que alguien esté en desacuerdo conmigo. Me genera una resistencia impresionante y siento como que quedo en un campo de batalla, de la que tengo que salir victorioso. Sino, ¿qué más me va a quedar?

Es imposible para un hombre aprender lo que cree que ya sabe. – Epicteto

Pero, nada más lejos de la realidad. Esta forma de ver la vida es muy peligrosa para el aprendizaje, el crecimiento y la apertura. Solo hace falta ver a las personas con posiciones fanáticas y extremistas. Es casi imposible hablar con alguien así.

Entonces, ¿qué nos queda? Algo que he aprendido y tratado de implementar, es que encontrar desacuerdos no solo es de lo más normal, sino que también es una buena noticia. De hecho, es mucho mejor que tener la razón en todos los argumentos. Pues es una oportunidad para aprender. Para compartir con alguien que tiene mucho interés en el mismo tema, especialmente porque lo ve desde otra perspectiva. De ahí nace la riqueza del conocimiento, ¿no?

Y por si fuera poco eso, solo por el hecho de tener la oportunidad de expresar las opiniones y perspectivas, se convierte en un ejercicio bastante enriquecedor. Es en esos momentos que uno se da cuenta qué tanto uno conoce y sabe hablar sobre las opiniones que se tienen.

Ahora vivimos en una realidad polarizada y llena de opiniones y posiciones de todo tipo. Por eso se hace más importante aprender a escuchar. Aprender a aprender.

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