Cada uno vivió la guerra de forma diferente. Él tuvo la fortuna de quedar ubicado en una zona en la que no hubo enfrentamientos directos, vivió los efectos colaterales, subía a una colina para ver los movimientos y entrenamientos de los soldados. Ella tuvo que salir de su casa porque uno de los bandos quería usarla como cuartel, le tocó comer lo poco que había y refugiarse constantemente en un bunker por la lluvia de bombazos. Algunos años después, en la posguerra, se conocieron y se enamoraron. Un amor de esa época y de esta.
En 1955, rondando la mitad de sus 20s, él decidió aventurarse a buscar una nueva vida en la intrigante América del Sur. Ella se quedó en España, no se habían casado y no era tan fácil seguirlo en esa locura. Un hermano lo representó en un matrimonio por poder y unos meses después llegó ella, en avión, a la misma Barranquilla a la que él había llegado en barco 2 años antes. Se trajeron su país, su historia, en unas pocas maletas.
Su vida juntos empezó en Medellín. Formaron lazos profundos con pocos, pero buenos amigos, de esos que se fortalecen por el hecho de sentir y compartir tanto el dolor de la ausencia de todo lo que se era y se conocía, como la ilusión de los comienzos. Nueva comida, nueva cultura, nueva música, nuevas bebidas, nuevas palabras, nuevas miradas, nuevos juicios.
Así pasaron los años. Creció la familia, llegaron los hijos, creció la empresa, llegaron los éxitos. Pasó algún tiempo sin poder regresar pero tan pronto se pudo no faltó un solo año sin volver a lo suyo, a sus familias, a su país. Llegamos los nietos y también las cuentas del imperdonable paso del tiempo que los forzó a despedir de lejos a sus seres más queridos.
Ya son más de 65 años viviendo en Colombia y España nunca ha dejado de ser parte de lo que somos. Los nietos crecimos entre la bandeja paisa y la paella. Yo crecí también entre cuentos sobre la guerra civil, la historia, la Corona, la importancia y la grandeza de España. Como el abuelo de Alberto Cortez, el mío también a veces callado me habla de España.
Pasó la vida, llegaron las arrugas y los bisnietos. Siguen juntos y disfrutan como nadie de las ternuras de los niños.
Llegó también la pandemia como un huracán destruyendo planes y deseos. Ella se enfermó grave en los tiempos en los que aún no había vacunas, él vivió casi solo, por las maricadas de la pandemia, lo que debieron ser los días más angustiantes de sus más de noventa años. Solo pensaba en ella, solo piensa en ella.
Volvieron juntos a la casa, pero ya la vida no era la misma. No es solo la pandemia, es también la lucidez absoluta, la conciencia plena, de la vejez, la que hoy hace que prefieran estar siempre cerquita a la casa, a su familia, a sus doctores. De un momento a otro parece invencible la distancia entre Colombia y España y aunque aquí estamos todos, allá esta la otra mitad de ellos.
Hoy más viejo y con familia, aprovechando que me leen, quiero decirles que valoro y reconozco el inmenso trabajo que ha implicado arrancar una vida desde cero, mantenerse juntos superando grandes dificultades y poniendo siempre la familia por encima de todo. Agradezco las largas jornadas de trabajo que años después me permitieron tener todas las oportunidades necesarias para formarme y tratar de aportar algo a esta sociedad.
Sus valores están en mí, España está en mí y mientras de mi dependa, estará también en María y en Leticia. No es una bandera o un papel, es una forma de ver y entender algunas cuestiones de la vida.
Gracias abuelos.