Ese asunto llamado felicidad

Ese asunto llamado felicidad

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Escribió Mario Benedetti: “Esa felicidad, al menos con mayúscula, no existe”. En este pueblo, afecto a hablar bien de sí mismo y a realzar más de la cuenta sus talentos, nos ha gustado sacar pecho de aquello que nos resalta. Incluso, llegamos a creérnoslo. Que somos el país más feliz del mundo es una de esas cosas.

Llena titulares, se repite aquí y allá, sirve para campañas turísticas y para mensajes repletos de lugares comunes que, en el fondo, no dicen nada, pero lo niegan todo.

El Informe Mundial de Felicidad publicado por la Organización de las Naciones Unidas ha venido a decirnos que siempre no. Que este pueblo llamado Colombia, con su gente linda y sus paisajes y su biodiversidad y su himno (sumen ustedes más cosas) está lejos de ser el más feliz de todos.

Este reporte se realiza desde 2012 y no tiene nada que ver con esos relatos más cercanos al coaching que a la realidad. Se miden más de 140 países y Colombia nunca ha estado cerca de los primeros lugares: su mejor ubicación fue en el puesto 31, en 2016, el año del proceso de paz, vean ustedes. Ni siquiera diría que fuimos casi felices entonces, quizás éramos menos conscientes de nuestras tristezas. Quizá teníamos más esperanzas. Desde entonces ha sido un camino de bajada: puesto 36 en 2017, 37 en 2018, 43 en 2019, 44 en 2020, 52 en 2021, 66 en 2022, 78 en 2023.

A los investigadores que firman el informe (una unión entre Gallup, the Oxford Wellbeing Research Centre y la ONU) no les interesan asuntos como la gastronomía, los festivales, la música popular o los días festivos que llenan de puentes nuestro calendario. O si están viniendo al país más turistas y más artistas de renombre. Tuvieron en cuenta, en cambio, el producto interno bruto per cápita, el apoyo social (si cuentas con alguien que te tienda una mano), la esperanza de vida saludable al nacer, la libertad para tomar decisiones de vida, la generosidad (si se dona a causas sociales), las percepciones de corrupción, el afecto positivo y el afecto negativo.

“Los gobiernos y las organizaciones internacionales deben invertir en condiciones que favorezcan la felicidad mediante la defensa de los derechos humanos y la incorporación de las dimensiones de bienestar y medio ambiente en los marcos políticos, como los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible”, es la invitación de la ONU.

“La felicidad no es un acontecimiento puntual”, escribió Byung-Chul Han en La crisis de la narración, “Es como un cometa con una cola muy larga, que llega hasta el pasado, se nutre de todo lo que se vivió. Su forma de manifestarse no es brillar, sino fosforecer”. Yo soy pesimista: veo poca fosforescencia en Colombia, en particular; y en el mundo en general.

La felicidad, incluso con minúscula, es privilegio. Un asunto de unos pocos; individual, quizá. Egoísta y escandalosa en muchas ocasiones. Para la muestra, un botón: en el índice en cuestión Israel está en el puesto cinco. El Estado de Palestina está en el 103. Los datos del estudio, sospecho, no recogen la tristeza que produce ver cómo los tuyos y tú mismo te mueres de hambre.

Vuelvo a Colombia, un país abocado a la tragedia. “¿Qué es ser colombiano?”, le pregunta Ulrica al profesor de la Universidad de los Andes en el cuento aquel de Jorge Luis Borges. “No sé —le respondí—. Es un acto de fe”, dice él. “Como ser noruega”, responde ella. Como ser humano, agrego yo.  

Pero es que aquí, en Colombia, se me antoja, donde confundimos la resiliencia con la resignación y la sumisión con el respeto, aquí, digo, es también muy fácil que se crea que toda mueca, aunque amarga, es una sonrisa. Y entonces, ahí hay felicidad.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/

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