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He hecho casi todo lo que alguna vez dije que no iba a hacer; me han azotado el culo mis palabras. Más de una vez he sido el pez que muere por su boca y se me han devuelto como un caucho esos conocidos nunca del popular y poco atendido dicho “nunca digas nunca”. 

He sido tan categórica que, cuando miro hacia atrás, me asombró de mi nivel de radicalismo sobre ciertos temas en ciertos momentos de la vida. Debo confesar que yo, además, no soy de términos medios; en general tomo postura sobre las cosas y cuando asevero algo, creo que tengo toda la razón. Debe ser bastante difícil y agotador contradecirme cuando me he hecho una idea sobre algo. Es verdad que no me cuestiono mucho si tengo la suficiente información cada que uso las palabras siempre, obvio, nunca, ni loca, ni muerta o jamás.

Creo que esta forma de enfrentar la vida tiene que ver con querer sentirse bien al estar seguro de algo. En un mundo sin certezas, encontrar alguna verdad irrenunciable es un mástil en medio de la tormenta de información en la que navegamos todos. El problema es que no hay tantas verdades irrenunciables como uno quisiera. Es un absurdo estarse inmolando por verdades, porque no hay muchas cosas que sean ciertas de manera permanente y que no varíen dependiendo del tiempo, la geografía, la edad, el género, la raza, la religión, el tipo de familia o, incluso, del clima.

Somos un movimiento constante como individuos y como humanidad y por eso lo que ayer fue cierto, hoy tal vez ya no lo sea. Por eso aprender a cambiar la mirada y a escuchar, es el nuevo reto del mundo, en realidad siempre lo ha sido, pero ahora que vamos a toda velocidad interna y externa se volvió más importante que antes estarse preguntando si todo lo que vamos asegurando se sostiene sobre los dos pies permanentemente.

En mi experiencia personal me he visto involucrada en creencias tan contundentes que no me permitían ver nada detrás de las murallas de dogmas. Me dijeron que lo que estaba del otro lado se llamaba “el mundo” y que era muy peligroso. Así que por supuesto, con obediencia, no me acerqué a él por años, no me iba a arriesgar. Pero la vida va derrumbando todas las paredes cuando se lo permitimos; así que cuando salí al tal “mundo” por primera vez, todo en mi se cuestionó, nada volvió a ser igual. 

Ahora lo hago con alguna frecuencia porque soy consciente de todas las fantasías que inventamos para sentirnos seguros y cómodos. Así que reviso cada cierto tiempo el nuevo sistema de creencias que tengo y hago lo que hay que hacer: tumbar paredes, limpiar la casa, abrir caminos, abonar el jardín, preguntar por otra dirección. Ahora no creo en casi nada con tanta certeza porque he visto caer a casi todos mis ídolos, a casi todas las estatuas de héroes, he ido desmitificando lugares, personas, realidades y experiencias. He empezado a tener cada vez más presente que, cuando algo cae, siempre crece algo más, así que habrá que volver a revisar. Porque en la salida de unas creencias, no nos están esperándolas verdades reveladas, sino otros intentos por comprender el mundo.

La persona que era ayer, no reconocería a la mujer que soy hoy. Y me gusta pensar que no me voy a aburrir de la vida porque la puedo explorar desde muchas perspectivas con absoluta curiosidad y sin miedo de que se derrumbe una creencia. No significa que todo sea relativo, pero sí que muy pocas cosas no lo son. La sabiduría popular por eso es sabiduría. Así que es mejor no escupir para arriba.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/juana-botero/

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