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Los diarios sirven para muchas cosas, dentro de las cuales está la posibilidad de salvar vidas.
Si bien muchos crecimos con la idea de llevar un diario secreto para confesar nuestros más grandes secretos, plasmar cartas de amor y llenar páginas de odio, llega un momento donde colectivamente decidimos que dejamos de necesitarlos. De la nada, el diario es reemplazado por las agendas y planeadores, por los calendarios mensuales y las hojas llenas de color que nos señalan como organizar nuestro día, nuestras responsabilidades y las fechas importantes de cada 30 días.
Dejamos atrás la tarea de desahogarnos todos los días, de priorizar un espacio egocéntrico donde todo se trate de lo que gira en torno a nosotros: nuestros amigos, nuestra familia, nuestro trabajo, nuestros sentimientos. Es hasta hace pocos años, que cada vez más adultos retomamos el viejo hábito, uno que solo lo entiende quien se compromete con un cuaderno, y por ende, consigo mismo. Yo, que llevo ya cuatro años desde que retome mi diario personal, soy testigo del poder que tiene el hablar de uno mismo.
Eso, de hablar de mí, conmigo. De entregarme a mis propios pensamientos y preguntarme cosas que no me pregunto cotidianamente, de obligarme a tener una cita conmigo misma. No es para hablar de mi rutina, de si me desperté, de si me puse medias nonas o si me llegó el domicilio a tiempo (aunque podría), si no para escarbar mi mundo bajo los sentidos y ser mi mejor o peor versión posible, porque cuando uno lleva un diario, no puede escribir como si fuese a existir algún lector del mismo.
¿Qué dirías si nadie nunca se fuese a enterar?, ¿cuán moral serías para hablar de algo que nadie más va a escuchar? porque ese es el punto de todo esto, y una de las razones por las que a las personas les cuesta tanto escribir en su diario; porque escriben como si alguna vez alguien los fuera a descubrir, porque se censuran incluso en un ejercicio tan lindo y personal como escribir para uno mismo.
En el libro “El camino del artista” de Julia Cameron, una de las primeras tareas que entrega la autora para desbloquear el flujo creativo es llevar un diario y escribir, diariamente, tres páginas. Tres, incluso cuando piensas que no tienes nada para decir, incluso cuando tu día no fue la gran cosa, o si lo máximo que hiciste fue ir al mercado. Tres páginas donde, además de escribir tus emociones, puedas observar el mundo. Narrar como cae una hoja de un árbol, describir el sueño que tuviste anoche, pedirle perdón a una persona que no ves desde la guardería. Eso, escribir porque no todo lo que vale la pena llega en forma de relámpagos de genialidad, porque incluso las cosas más pequeñas merecen ser contadas a un público, que eres y serás tú.
Es tan grande la sensación de revisitar un diario de años pasados, porque entre páginas, dibujos e imágenes puedes ver el pasar del tiempo, y darte a ti mismo el mejor regalo que te podrían dar. Entender nuestra mente y describir lo que observamos es una forma de mantenernos presentes, de hacer valer este instante, de nunca dejar morir lo que hemos vivido, y con eso, de darle importancia a nuestra propia historia.
¿Qué pensarías de saber que en diez años podrías releer con detalle tu propia vida? porque yo tengo la certeza de que tanto la felicidad como la tristeza, merece ser siempre recordada.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/mariana-mora/