Hace más de veinte años, en la primera década del siglo XXI, Umberto Eco predijo el futuro. Dijo en un texto que desaparecería la diferencia radical que existe entre ser famoso y estar en boca de todos. Antes, afirmó, “muchos querían ser famosos por ser el mejor deportista o la mejor bailarina, pero a nadie le gustaba estar en boca de todos por ser el cornudo del pueblo o una puta de poca monta… En el futuro esta diferencia ya no existirá: con tal de que alguien nos mire y hable de nosotros, estaremos dispuestos a todo”.
Visto lo visto, esta predicción asusta mucho menos que las profecías de Nostradamus por estar harto cumplida y desde hace tanto.
El problema es lo mucho que se inflama en conjunción con el performance permanente de personajes que encajan con otros conceptos, también de Eco y expuestos en su novela El péndulo de Foucault mucho antes de la era de las redes sociales: la diferencia entre los cretinos, los imbéciles, los estúpidos y los locos.
Vale definir la taxonomía antes de entrar en el arca de Noé, formando parejas de estos especímenes contemporáneos que estamos a nada de tener a boca de urna en las próximas elecciones.
El cretino no coordina. Es, sencillamente, corto de pensamiento. Al imbécil, en cambio, le gusta la política. Se caracteriza por meter la pata y decir lo que no debe, pero es excelente para desviar la atención. El imbécil “confunde las reglas de la conversación, y cuando las confunde bien es sublime”. Simpatiza por simplista y, en su mejor versión, sirve para diplomático.
El estúpido, en cambio, es el más peligroso porque es difícil de distinguir; porque parece que razona de una manera lógica. Y, además, confía plenamente en sus propias ideas, así que es prácticamente imposible sacarlo de un error aunque haya causado daño y existan pruebas irrefutables de que no está en lo correcto.
Una escena: el estúpido llama a los soldados de Trump a desobedecerle y por eso le quitan la visa; los imbéciles, en solidaridad, renuncian a ella también. Los cretinos, por su parte, leen gagueando en un consejo de gobierno televisado el texto de un homenaje por la gran valentía como líder mundial.
Otra escena: el imbécil dice justicia social y promete lavadoras; cuando medra posando como estúpido, dice que su líder debió ganar el Nobel y que el tamaño de sus hazañas es comparable con las de Ghandi o Martin Luther King. Esto pasa porque ambas condiciones son intercambiables y coexisten en los individuos.
Estúpidos e imbéciles protagonizan la acción en las redes sociales donde el espectáculo consiste en una subasta permanente por quién da más en su capacidad de rozar el extremo de lo absurdo disfrazado de lógico, de ridículo, de heróico o de gracioso.
En las elecciones pasadas empezaba a plantearse la dicotomía en las urnas: Hernández, el imbécil contra Petro. Muchos votaron por el primero para detener al segundo, en clave de polarización.
La tragedia es que en 2026 acecha un partidor con la crema de la nata de lo peor: un candidato que se hace pasar por tigre, cantante, influenciador, vendedor de ropa y ostenta una cuestionada carrera como abogado defensor de quien pueda pagarle. Se autodenomina como el “costeño” que se pide por Amazon a diferencia de barranquilleros que llegan por Temu. Y le dice al Presidente que si este tuviera una marca de ron se llamaría “Caco-Ron”.
En el otro extremo de estupidez, que no de ideología, está el otro: advenedizo en la izquierda imputado por corrupción sin un solo escrúpulo. Hace política publicando vallas falsas donde pone a posar al contendor como un travesti: promete reelección, constituyente y cierre del Congreso porque tales cosas son gloriosas melodías para su nuevo mentor.
Al loco, dice el libro de Eco, “se le reconoce enseguida. Es un estúpido que no conoce los subterfugios”. El estúpido al menos trata de demostrar sus tesis dentro de una lógica. El loco deja de preocuparse por ella.
Existe otra teoría de la estupidez, del alemán Dietrich Bonhoeffer. Y una de sus variables nos mira directo a los ojos: estúpidos son los conformistas que no piensan por sí mismos porque están adormecidos por la propaganda.
Hacen falta sus millones de votos para que la segunda vuelta sea una competencia entre imbéciles.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-montoya/