He trabajado en temas de seguridad más de una década y no recuerdo una crisis de reputación más grande en la Policía Nacional que la que vive actualmente. El episodio de apología nazi es solo uno más en una serie nefasta de hechos que han desencadenado una espiral de desprestigio, al parecer sin fin; cuestionamientos por el uso de la fuerza en protestas, las críticas por el incumplimiento a los estándares de derechos humanos, las falencias en las garantías de investigación, y el juzgamiento en los procedimientos disciplinarios en los que están inmersos policías que presuntamente cometieron faltas en la prestación de servicio. Además de los señalamientos en el marco de las salidas de algunos directores generales recientes.
Es momento de hacer un alto y reconocer el presente particular que vive la Policía Nacional con un diagnóstico que no puede ser defensivo desde la misma institución. En términos claros, la institución pasa por un momento crítico en su legitimidad y valoración ciudadana, lo cual se evidencia en las encuestas, pero se refleja e impacta en los lazos de relacionamiento con los ciudadanos. La Policía internamente no puede seguir pensando que se trata de una crisis menor.
Este momento preciso requiere transformación y reforma, un proceso que se ha iniciado, pero que debe ser manejado con contundencia y trascendencia, especialmente dentro de la misma institución. Cada Policía del país debe tener claro que la actualidad le reclama compromiso y valor cívico, recuperar el valor de su profesión y el sentido civil de su actuar. Aquellos que no tienen una visión humanista y de garantía de derechos de su trabajo, simplemente deben hacerse a un lado.
Transformar la Policía debe ser una tarea de estado y un empeño del sector seguridad y defensa del gobierno actual, pero en especial, debe ser una motivación diaria de los mismos policías. En buena parte de la institución ha hecho carrera la idea de que las críticas y reproches tienen un sentido de desestructuración, que los cuestionamientos son ataques sin sentido y que quien los hace es un enemigo u opositor; y a veces este discurso es más fuerte que el reproche interno a los uniformados inmersos en las prácticas, problemas y delitos que llevan a que se ponga la institución en el ojo de atención pública y mediática. En el fondo de lo que se trata es de entender, internamente, que las situaciones que llevaron al desprestigio institucional actual, no se pueden permitir ni aceptar, y no se pueden repetir.
De manera atinada el gobierno y la Dirección General, en cabeza del General Jorge Luis Vargas, han empezado y están implementando un proceso integral de transformación policial, que no puede ser solo empujado desde la alta dirección. La transformación no se podrá hacer si cada policía no se apropia de ese proceso o no comprende la necesidad de transformarse, y si no se hace cargo de los errores y problemas recurrentes que llevaron a esa necesidad que se ha vuelto inaplazable, en particular si lo que se quiere es recuperar la confianza de la ciudadanía.
El General Vargas ha hecho, en su dirección, el esfuerzo de liderar con el ejemplo, y un valioso mensaje resumido en la frase “es un honor ser policía”. Pues es hora que los y las policías de Colombia hagan propia esta invitación y generen los mecanismos internos que permitan señalar a aquellos miembros de la institución que no se comportan ni prestan su servicio con honor. Anteriormente, la defensa del cuerpo ha sido una manera eficiente de responder ataques institucionales, a veces justificados. Pero ya es hora de que ese mismo mecanismo de defensa sirva para proteger a la institución y al honor policial, especialmente de aquellos funcionarios que internamente no cumplen con esta máxima, y sí, no podemos decirnos mentiras, hay policías que no ejercen con honor.
No hacen bien a la institución aquellos que abogan por su defensa a ultranza. Una manera de mostrar respeto y cariño por una institución centenaria y vital para la democracia colombiana, como la Policía, es justamente señalar aquello que desde fuera y adentro la daña y desprestigia. Transformar a la policía es una urgencia para el país, pero lo es más para la Policía misma y debe serlo para cada uno de los policías que hacen parte de ella. ¡Es un honor ser policía! Y tiene que ser un honor seguirlo siendo.