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Somos competencia, me enseñaron. Entre comentarios de familiares, experiencias de enemistad con otras mujeres, y un discurso constante, aprendí que las mujeres no son amigas. O por lo menos, entre nosotras, no lo somos, ni lo seremos.
Pensé durante muchos años de mi vida que no había espacio para todas. Que el que una mujer fuera mejor que yo en algún deporte, tuviera mejores calificaciones, hablara mejor en público, o se vistiera mejor que yo significaba que debía odiarla, debía hacerle la vida imposible. Debía forjar mi propio destino a punta de codazos.
Recuerdo con tristeza a esas amigas que, de noche a la mañana, se convirtieron en lo contrario. Recuerdo como una de ellas se sentó conmigo a almorzar en el colegio cuando sentía que nadie más quería hacerlo, esa misma que secó mis lágrimas cuando terminé con mi primer novio. Ella, tan parecida a mí, con una infancia que compartimos. Me avergüenza admitir que, durante algunos meses, verla fallar me causaba satisfacción.
No te fíes de otra mujer, Salomé. Siempre van a querer todo lo que tienes, reemplazarte en el trabajo, pasar tus ideas como propias, hacerte quedar mal a ti para ellas estar bien. Dejarte ser la conflictiva y amenazante, porque saben perfectamente que, ante los ojos del jefe, la que está en desacuerdo y lo dice nunca podría ser una líder.
Ese mensaje en mi cabeza, noche y día.
Tengo mucho por agradecerle al feminismo. Pero quizás lo más importante, lo que más ha transformado mi vida, ha sido la decisión de vivir, todos los días, como si hubiera espacio para todas.
De hacerle preguntas a aquellas mujeres a quienes admiro sin miedo a ser juzgada, de recomendar a amigas brillantes para oportunidades profesionales, y de confiar en que todas están pensando como yo, o por lo menos lo harán el día de mañana.
Esta columna se publica el día de mi cumpleaños. Probablemente nunca conocerán a alguien que ame más este día que yo, y tengo que admitir que gran parte es debido a las mujeres que, entre todas, me criaron. Me crían.
Mi mamá, tan dulce y valiente que es, me dio la vida y tantísimas oportunidades de gozarla. Hermana de mi tía, que desde pequeña me enseñó con su ejemplo a perderle el miedo al cambio, y sobre el coraje que requiere la reinvención. Hijas de mi abuela, trabajadora incansable a quien nunca le falta tiempo para celebrar los logros de todos en la familia.
También la madre de mi padre, con quien entre las páginas de los libros me perdía y se levantaba a leer los nuevos avances médicos a las cuatro de la mañana. Mi tía abuela, a quien le robaba la visera cuando hacía mucho sol, y con quien atrapaba renacuajos.
En el trabajo, aquella tocaya que creyó en mí desde el día cero y quien me dijo que tenía un futuro brillante cuando se publicó nuestro primer artículo en conjunto. Espero, el primero de muchos.
Y luego llegaron ellas a quienes llamo mis hermanas de la vida, mi familia escogida. Quienes sin importar la hora contestaban mis llamadas desesperadas, me cocinaban la comida cuando no tenía la fuerza de hacerlo yo misma.
Ella que viajó a otro país solo porque quería acompañarnos mientras llevábamos a mi hermano al hospital, y aquella otra que recibió la noticia de la enfermedad de mi hermano al mismo tiempo que yo. Me abrazó y me dijo, “ya nunca más tendrás que pasar por esto sola.”
O ella que me llama faltando varias horas para el 10 de septiembre porque “en Grecia ya es tu cumpleaños.” También está la amiga mágica que pareciera puede cocinar lo más delicioso con una cantidad mínima de ingredientes, y me tiene galletas recién horneadas cuando tengo un mal día. Y aquella otra que no permite que el dolor de quien le falta opaque las dichas de las que sí tenemos a nuestra mamá viva.
Todas ellas, y muchísimas que no caben entre las líneas de una columna de opinión, me vieron nacer y renacer una y otra vez, alentándome cuando me ahogaba, celebrando mi existencia todos los días. Entonces me pregunto, ¿es a mí la que deben celebrar hoy? ¿Cómo es posible pensar que no hay espacio para todas, teniéndolas a ellas a mi lado? ¿Quienes siempre, sin importar qué, han cedido y creado espacios para mí? Y por supuesto, ¿cómo no hacer lo mismo?
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/salome-beyer/