Entrar disparando

La foto del dron es aterradora. En el centro de la imagen rectangular, atravesada por cables de energía y encuadrada por techos, se extiende una larga fila de cuerpos inertes. Los de la derecha están cubiertos por sábanas, cobijas y toallas de varios colores y debajo tienen un plástico azul (¿para no manchar el pavimento?). Los de la izquierda están descubiertos y en calzoncillos y muchos tienen los brazos sobre sus cabezas, como rindiéndose. Alrededor de la “galería” de asesinados se ve una gran aglomeración de personas. Los videos en tierra son aún más estremecedores porque se ve claramente que la mayoría de los muertos son jóvenes de piel oscura y, sobre ellos, a veces gritando, a veces llorando en silencio y otras como mirando un horizonte que ya había advertido la tragedia, están madres, hermanos, amigos y vecinos.

En total hubo 121 muertos, incluyendo 4 agentes del Estado, resultado de la incursión de 2500 policías a las favelas del Alemao y Penha, en Rio de Janeiro, el pasado 28 de octubre. El sangriento operativo, que duró cerca de 24 horas fue ordenado por el gobernador bolsonarista Claudio Castro y su objetivo era atacar al Comando Vermelho (Comando Rojo), la poderosa organización criminal que controla las rentas ilegales y el delito en Rio y que ya tiene presencia en 25 estados del Brasil, incluyendo la triple frontera entre Brasil, Colombia y Perú. El gobernador, que describió el operativo como “todo un éxito” y que solo lamentó la muerte de los uniformados, ha repetido que lo que sucede en Rio es una guerra internacional contra el narcotráfico y que las bajas de las acciones son “narcoterroristas”.

Y claro, juntar dos categorías delictivas altamente odiadas y temidas como lo son los narcos y los terroristas, es tremendamente efectivo para suscitar las emociones del pueblo y para alinear la opinión detrás de una acción ofensiva ya que, si lo que se está persiguiendo es esta mezcla de delincuentes, pues todo es válido y necesario.  Con esta “lógica” la policía de Rio de Janeiro se ha convertido en una temible máquina de muerte. El asunto es que en las favelas atacadas viven cerca de 300,000 personas que en su inmensa mayoría no son ni lo uno ni lo otro.   En el número 146, de Oct 2025 de Universo Centro sobre Rio de Janeiro nos cuentan que en el 2024 la policía carioca mató 699 personas (en Medellín fueron 4) y varios analistas nos recuerdan que el 79% de esos muertos eran afros y el 75% estaban entre 15 y 29 años de edad. 

En Medellín arrancamos el siglo XXI con grandes operativos urbanos. Fueron 13 en total, pero los más famosos fueron Mariscal y Orión.  Acá también había grupos armados controlando barrios populares y populosos y también fueron atacados con grandes ofensivas militares y policiales, helicópteros artillados incluidos. Los objetivos también fueron llamados “narcoterroristas” y, como en Rio, eran en su mayoría jóvenes.  Acá, no obstante, el Estado no entró solo. No, lo hizo con otro grupo criminal, narcotraficante y terrorista, que durante muchos años fue su aliado y que, después de los operativos, heredó parte de los territorios disputados.  En la Comuna 13 no hubo una foto de dron de los cuerpos en fila porque más de 90 desaparecieron y, de esos, algunos están brotando de los cerros vecinos a la zona de combates. 

Nadie debería estar condenado a vivir bajo el control de ningún grupo criminal llámese Comando Vermelho, Milicias urbanas, AUC, FARC o Clan del Golfo, pero ni los asesinatos extrajudiciales ni las torturas ni el desplazamiento forzado ni el reemplazo del “amo criminal” pueden ser estrategias válidas o aceptadas.  ¿Por qué entonces en Estados de derecho y en democracias constitucionales se siguen presentando operativos criminales como el de Alemao y Penha?  Porque, desafortunadamente, esas acciones extremas y sangrientas dan votos.  Porque en nuestra psiquis que aún se alimenta de pulsiones de muerte, de miedo y de “defensa” desmesurada ese ataque a lo que amenaza, por distinto o distante, es motivo de tranquilidad y hasta de euforia. 

Cuando Trump bombardea lanchas en el Caribe a miles de kilómetros de las costas estadounidenses, asesinando a sus tripulantes por ser “narcoterroristas”, sabe que millones de gringos aplaudirán.  Claudio Castro, Álvaro Uribe Vélez y Luis Pérez Gutiérrez también lo tenían claro y, efectivamente, los votos siguieron llegando. 

Somos una especie compleja y también muy predecible porque, a pesar de tener la capacidad de la empatía, la confianza y la solidaridad, muchas veces nos movemos impulsados por el miedo, la desconfianza y la necesidad de señalar culpables para nuestros problemas. Como esos problemas suelen ser complejos y cambiantes, algunos políticos y gobernantes señalan personas y poblaciones marginales o minoritarias, como responsables de los mismos. Esos “responsables” son sistemáticamente despojados de derechos fundamentales como la presunción de inocencia y el debido proceso, para luego ser perseguidos y atacados sin la menor culpa o restricción. ¿Qué tal que hiciera carrera una propuesta para crear un grupo de choque contra el abuso de menores? Y ¿qué tal que se le diera el derecho a entrar disparando (¿para qué un juicio?) a copropiedades en las que se sospeche o se sepa que hay abusadores de menores? ¿Se imaginan los operativos en Ciudad Jardín (Cali), Rosales (Bogotá) y El Poblado (Medellín)?  No, cierto que no.  Permitir la violación de los DDHH en una ocasión es hacerlo en todas y, aunque de votos, es el final de este experimento que llamamos democracia con Estado de derecho.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-londono/

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