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Cuando Freud escribió El malestar en la cultura (1930) lo hizo en el periodo de entreguerras con los más de 17 millones de muertos de la “Gran guerra” como telón de fondo, con una revolución soviética en marcha (con cerca de 8 millones de muertos a su haber) y en medio del ascenso del fascismo y de populismos de varias caras (con el antisemitismo como capítulo central). Atrás había quedado la pequeña luz de optimismo y de confianza en la cultura europea, hija de la ilustración, y en la democracia como expresión de la civilización. El psicoanálisis tenía que hacerle frente a la barbarie y a la explosión de la pulsión de muerte, literalmente, en su propia cuadra. 

La obra en mención tenía un objetivo ambicioso y complejo que era llevar la teoría del psicoanálisis, centrada en el individuo, sus pulsiones y el inconsciente, al estadio de lo colectivo y lo social.  Un movimiento centrifugo riesgoso y lleno de abismos porque, aunque en 1913 con Totem y tabú y en 1921 con la Psicología de masas y análisis del yo, Freud había reflexionado sobre instituciones políticas y religiosas primitivas y sobre el individuo inmerso en la masa, este texto iba más allá al tratar de conectar la psicología individual con el gran concepto de cultura y con la búsqueda humana de la felicidad.

Freud empieza repasando los puntos centrales de su teoría y las fuerzas internas que forman y deforman al individuo y luego recuerda que en el ser humano hay siempre una pregunta por el fin último de la vida. Esa pregunta, dice, está destinada al campo de la religión (analizada en otros textos), pero la otra búsqueda que también aparece en todos los seres humanos y que considera más modesta, es la de ¿qué se espera de la vida o que se pretende alcanzar en ella? Su respuesta: la felicidad. Y es en esa búsqueda de la felicidad que el ser humano despliega toda su capacidad y es también ahí que se estrella con sus limitaciones y contradicciones.

¿Qué se opone a la felicidad? Freud identifica tres fuentes de sufrimiento: la supremacía de la naturaleza, el inevitable desgaste de nuestro cuerpo y “la insuficiencia de nuestros métodos para regular las relaciones humanas”.  Esta tercera fuente tiene que ver con nuestra gran apuesta colectiva de organización y búsqueda de la felicidad que el autor define con un término poderoso y multifacético: la cultura.         

 “La evolución cultural puede ser definida brevemente como la lucha de la especie humana por la vida”, dice Freud para identificar en nuestros esfuerzos colectivos de convivencia la sublimación de la pulsión de muerte, innata y autónoma en todos los seres humanos, con una pulsión creativa de vida que nos permita compartir tiempo y espacio. El discurso, la obra de arte y las instituciones (formales e informales) son todas expresiones culturales. El malestar en la cultura, para recordar con el título, nace precisamente de esa tensión entre las pulsiones humanas (destructivas o sexuales) y la cultura que construimos para limitarlas y así poder vivir en sociedad. 

Pido excusas por el particular y limitado resumen de una obra que es mucho más compleja, pero me interesa, más que los detalles y el desarrollo de conceptos gruesos de la teoría psicoanalítica, la confrontación insalvable que nos plantea Freud tanto para el individuo (siempre navegando y no pocas veces naufragando en aguas turbulentas entre el Super yo, el yo y el ello) como para la cultura (sublimación de pulsión de muerte, renuncias, excesos, destrucción y culpa). Este esfuerzo en apariencia absurdo, condenado de antemano por el poder de las pulsiones y las sublimaciones, nos recuerda a Sísifo subiendo su piedra hasta acercarse a la cima solo para verla caer bajo su propio peso y luego repetir esta secuencia por toda la eternidad.  En su ensayo de 1942, Albert Camus sacó a Sísifo del rótulo de condenado y al mito de la cancha de la desesperanza para mostrarnos un héroe absurdo, dueño de su destino trágico y consciente de sus limitaciones, pero poderoso y autónomo precisamente por la consciencia de su situación y la aceptación su vida (tal como le llega). 

A pesar de vivir los tiempos oscuros y de entender las fuerzas arrolladoras, tanto internas como externas, que nos moldean y acosan, Freud y Camus nos hacen un llamado a seguir en la búsqueda de la felicidad o, por lo menos, en la lucha por evitar el dolor en el plano de la psicología individual y en el gran campo de la cultura.  No habrá un marcador final positivo, porque no lo puede haber, pero en los esfuerzos personales y colectivos construimos belleza, solidaridad, relaciones profundas, confianza y dignidad. Una vida de pequeños triunfos y momentos sublimes sin un guía o un salvador ni un objetivo o una razón.  Parece poco, pero lo es todo.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-londono/

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