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Esteban Jaramillo

En la mesa sí se habla de política

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"Las pasiones provocadas por la política y reprimidas por la costumbre encontraron en las redes sociales una ventana para canalizarse y desfogarse furiosamente, convirtiendo las redes en arenas de combate, en las que dos desconocidos se muelen a insultos por el simple hecho de pensar diferente."

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Pocos puntos finales son tan contundentes como el que cierra la frase de la mamá o del papá diciendo “en la mesa no se habla de política.”

Esta frase ha estado presente como regla de conducta en varias generaciones de familias colombianas, durante años nos acostumbramos a evitar el tema y a ignorarlo. En la mesa de algunas familias se prohíbe además hablar de religión, en otras también se prohíbe hablar de fútbol, pero en casi todas se prohíbe hablar de política. En este siglo, esta costumbre se ha traslado también a los grupos familiares en WhatsApp, donde es frecuente que se pida no enviar nada que tenga que ver con política, para evitar peleas. 

El origen de esta costumbre no es fortuito, en Colombia las diferencias políticas han desatado la barbarie en su expresión más miserable y sanguinaria. Luego de cruentas guerras en las que personas de una misma familia podían verse enfrentadas por el simple color del trapo que defendían, asumimos como sociedad que la política era sinónimo de división y de violencia, y que las diferencias que surgían de ella no podían tramitarse mediante el diálogo, por lo que debíamos simplemente evitarla, olvidarnos de ella. 

Lo anterior resulta cuando menos paradójico, si se piensa que es precisamente de la diversidad de donde se nutre la política, que es la diferencia de ideas la que enriquece el debate público y permite llegar a soluciones amplias y suficientes, construidas desde distintas perspectivas.

Luego cabría plantear la siguiente pregunta: ¿La solución a la discordia que genera la política es ignorarla y evitar hablar de ella, o aprender a debatir las diferencias con tolerancia, escucha y respeto? Llevamos años aprendiendo a ignorar el problema, en lugar de estar aprendiendo a resolverlo.

Las pasiones provocadas por la política y reprimidas por la costumbre encontraron en las redes sociales una ventana para canalizarse y desfogarse furiosamente, convirtiendo las redes en arenas de combate, en las que dos desconocidos se muelen a insultos por el simple hecho de pensar diferente. 

Creo que llegó el momento de volver a hablar de política en la mesa. Es en la familia en donde se aprende a convivir y a relacionarse, y es ahí precisamente donde se debe aprender a tener conversaciones incómodas con tolerancia por las diferencias, para que estas conversaciones vayan luego a los amigos, al vecindario, a los parques, a las calles y a las redes. Es en la mesa, con la familia, donde debemos aprender a respetar las diferencias, a que el vecino puede colgar una bandera distinta a la que tenemos colgada y que ello no nos hace enemigos sino interlocutores en una conversación de sociedad, en un debate de ideas después del cual, volveremos a nuestra rutina y a nuestras vidas, y seguiremos siendo vecinos, amigos, familia. 

Estas elecciones son una buena oportunidad para cambiar este paradigma, para hablar de política con la familia respetando las distintas visiones, escuchando, entendiendo las razones del otro, explicando las ideas propias y tolerando las diferencias. Pelear por política con los seres queridos y, en general, con cualquier persona, es tal vez lo más estúpido que puedan hacer. 

Llegó el momento de enseñar, en la mesa, que podemos pensar diferente sin que ello nos haga enemigos.

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