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Hace muchos años me vi la famosa película de Will Smith, En busca de la felicidad, y todavía me duele el estómago al recordarla. No me gustó y no me pareció ni feliz, ni que el personaje hubiera hecho una búsqueda de eso tan extraño que creemos que es la felicidad. Me pareció un suplicio, igual al del protagonista que vendía unos productos obsoletos para conseguir dinero y darle una vida decente a su hijo. Pensé en ella y en la forma en la que solemos romantizar el sacrificio, el esfuerzo y el pasar por situaciones denigrantes para luego aplaudir a quien logra salir a la superficie y conquistar el éxito, la fama o el dinero. O cualquier cosa.
Es absurdo cómo nos acostumbramos a fomentar de manera tóxica el dolor ajeno excusándonos en la famosa premisa: todo lo que requiere esfuerzo es mejor. Por supuesto que la vida es fascinante cuando emprendemos búsquedas propias y en el camino encontramos las herramientas y también algunos obstáculos que no son más que aprendizajes para alcanzar lo que llamamos sueños o metas, nada hace más valioso a un logro que lo recorrido más que la llegada al punto final, es cierto. Sin embargo, en esa obsesión por ver un viacrucis antes de cada triunfo se nos olvida lo esencial, lo que cada ser humano debería tener como condición básica para poder transitar la vida, que no es solo un sendero de decisiones y renuncias, sino que también está mediada por el azar, la sociedad, su nacionalidad.
No sé cuántas veces he oído, de personas que nacieron con todo resuelto, decir “El pobre es pobre porque quiere”, anulando por completo el contexto de desigualdad y la falta de oportunidades del país en el que nacieron. Es que es muy fácil utilizar a quien no tiene nada como chivo expiatorio de los problemas de una sociedad. Pero más que eso, es una revictimización de la más cruel y hostil con los más necesitados. Es que una cosa es tener una fortuna y perderla por culpa de las malas decisiones, por írsela a jugar a un casino o por botarla en excentricidades. Y otra muy diferente es haber nacido en una tierra de nadie, sin acceso a educación, a salud, sin alimento, sin agua potable, y sin la posibilidad de encontrar en su Estado la garantía de lo básico.
Que unos cuántos salen adelante y que el que quiere trabajar trabaja, también he oído decir como respuesta cuando planteo esto. Pero no creo que las más de 6 millones de personas en Colombia que viven en la pobreza extrema, estén ahí únicamente por falta de ímpetu o de sacrificio. Si fuera por eso, ya cumplieron con su cuota de martirio de por vida. Les quedaríamos debiendo. Es más, les debemos.
Y aquellos que han tenido historias de vida inspiradoras y extraordinarias, por más que sean dignas de aplauso y tengan muchísimo mérito, son la excepción. No todos podemos ser Messi, ni en el fútbol ni en otras áreas. Son muy pocos los que, aun teniendo todo en su contra (que además no debería ser así), transforman su vida y cambian su destino inequitativo. Eso de “si yo pude, cualquiera puede” tristemente no aplica para todos, pero es que, como siempre he pensado, a los privilegiados les aterra la complejidad. Y en cada historia, en cada ser humano hay un océano tan inexplorado como el de esta tierra, donde las fórmulas no son exactas. El acceso a las necesidades básicas, aunque a muchos les moleste escucharlo, sí deberían ser un derecho garantizado.
Escribo sobre esto porque también es habitual que algunos me abran los ojos cuando le doy plata alguien que pide, y me expliquen, como si fuera una verdad absoluta, que están mendigando porque es más fácil eso que buscar trabajo. Claro porque en Colombia encontrar trabajo digno y bien remunerado es tan fácil como juzgar. Dejemos de repetir frases de cajón sin pensar en la particularidad de cada ser humano.
Sigo pensando que la famosa y romantizada “búsqueda de la felicidad” no debería ser un camino lleno de espinas y exigente de una manera inhumana. No todos los 8 mil millones de personas necesitamos exactamente lo mismo, pero todas necesitamos lo mínimo para poder tomar las decisiones que nos permitan el libre desarrollo de la personalidad y de la vida digna. Esto es, educación, acceso a servicios de salud, un techo y condiciones de salubridad, y alimento.
La condición humana no debería ser una tortuosa lucha por la supervivencia “a pesar de” con la falsa ilusión de que algún día todo este esfuerzo valdrá la pena. La felicidad, no siempre llega para todos. Recordemos eso cada vez que miremos a una persona que pide dinero o comida en la calle. Como decía Borges, “podría ser al contrario”.
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