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Estamos muy enredados con las funciones y el comportamiento de las tres grandes ficciones de la humanidad: la empresa, la religión y el Estado.
La confusión es total, los Estados “laicos” rezando dogmas, ideologizados y con mesías; los grupos religiosos y espirituales de todo tipo (desde la iglesia hasta el New Age) son empresas bastante rentables; y las empresas se volvieron religiones y se mezclan con las funciones del Estado.
Tenemos Estado, empresa y religiones porque hace un tiempo encontramos ese modelo para lograr mayor bienestar de los miembros de una sociedad, porque somos una especie gregaria que para sobrevivir y evolucionar hemos tenido que juntarnos. Por eso creamos el poder del Estado para que administre lo público, las empresas para intercambiar bienes y las religiones y sectas para… no sé, ese no sé para qué.
Nos tocó crear estas ficciones dado que no somos un animal especialmente fuerte, ni tampoco grande, ni demasiado rápido. Solo con juntarnos podíamos enfrentar depredadores más grandes, cambios estacionales y cuidar la especie; por eso, inventamos estructuras, cedimos poderes y libertades individuales, básicamente para conservarnos.
Pero se nos olvidan varias cosas, y lo que antes era útil ahora empieza a derrumbarse. Esas tres ficciones están hoy enfrentando una crisis de confianza importante por parte de la sociedad.
Primero porque olvidamos que son ficciones, es decir, invenciones humanas, llenas de nuestras propias imperfecciones y que por ello con el tiempo y los cambios sociales, deben y pueden modificarse. Si la tribu cambia, sus organizaciones por supuesto también lo tienen que hacer. Y la verdad es que les está costando el movimiento.
Por otro lado, perdimos la memoria histórica y nos cuesta recordar el paraqué de su nacimiento. Eran organizaciones funcionales para ordenar la vida en comunidad, pero no son la esencia de la existencia humana, ni tampoco deben meterse en terrenos que no les corresponden, sólo se les cedió parte de la libertad individual, no la totalidad. Hoy por el contrario, la empresa y el Estado están en todas partes.
Pero no basta con que el mercado y el Estado estén en todos los lugares físicos, ahora también entraron al terreno de lo sublime, de la conciencia, del pensamiento. Ahí se empiezan a confundir con la otra ficción: la religión. Son instituciones llenas de dogmas, con otros nombres: neoliberalismos, comunismo, capitalismo, socialismo, que por cierto todas terminan en ISMO, que es un sufijo griego que significa doctrina o sistema. El debate no es de cuál corriente se es, sino preguntarse si queremos ser unos adoctrinados.
Llevar doctrinas a las empresas y a las administraciones públicas les hace correr un enorme riesgo: dejar de ser relevantes por falta de cuestionamiento interno: si se vuelven como una religión en donde solo se proclama una fe ciega y nada se cuestiona, aunque esté envejecido, no funcione y demuestre su fracaso, es apenas obvio que haya desconfianza en ellas.
Ese es el problema de los mesías, de los mandamientos y los libros sagrados. Su carácter incuestionable los hace frágiles. Por eso las empresas y el Estado no pueden jugar en esta cancha, no es la suya, ellas deben funcionar, lo que implica estar muy atento a lo que dice el mercado y los ciudadanos para garantizar el funcionamiento y hacer los cambios pertinentes.
Hay que tener memoria para no cometer errores innecesarios. Me preocupan las ganas de los lideres empresariales y públicos de ser figuras mesiánicas. Me preocupa lo dormidos de los adoctrinados, porque la verdad es que no hay iglesias sin feligreses. Me preocupa también la dificultad para tener conversaciones en lo público y lo corporativo, el miedo a expresar desacuerdos porque de por medio está el sustento de la vida, la plata para vivir. Esto hace a estas instituciones que se dogmatizan, más poderosas, porque en las otras uno paga por ir, en estas pagan y ¿quién puede permitirse no tener sustento? Cuestionar termina siendo un privilegio de pocos.
Me da miedo cuando veo a todas las personas de una institución parecerse, cuando se visten igual, dicen lo mismo, usan su propio lenguaje y frecuentan los mismos lugares. No podemos perder nuestra individualidad, nuestras ideas, tampoco tenemos que vender nuestra libertad de pensamiento, es lo único que es verdaderamente nuestro, y los dogmas hacen eso, definen una manera de pensar y excluyen las demás. De ahí la alienación, por el temor a no pertenecer y ser el outsider.
El “fit” organizacional tiene ese riesgo, ser la palabra corporativa para decir: “gente que piensa como yo”, y ya todos más o menos sabemos que para lograr mejores resultados, la diversidad es clave. Nos lo enseña todos los días la naturaleza con su poderosa biodiversidad, donde nada sobra aunque no se parezca y justo por ello.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/juana-botero/