“Esta gente de la nueva generación que no recordaba los días anteriores a la guerra y ni siquiera la guerra misma era la esperanza del mundo. Las diferencias de posición no tenían significado para ellos. La idea misma de posición desaparecería para siempre. No habría gobernados y gobernantes. Solo gente.”

El hombre en el castillo. Philip K. Dick.

Me resulta imposible no estar hoy mental y emocionalmente en Ucrania, pero por la coyuntura de mi país debo escribir sobre algo más. Aunque tal vez sea abordar lo mismo, porque escribo contra la indiferencia, contra la guerra, por el fortalecimiento del humanismo, en defensa de la libertad y la paz, que es también por lo que luchan hoy con la vida en Ucrania.

En Colombia nos jugamos demasiado en estas elecciones: elegiremos la esencia del día a día por venir. Me alejo de los fanatismos, los salvadores y los extremos, pues siento que en las diferencias que exaltan con el enemigo que dibujan, alcanzan una misma irracionalidad. ¿Quién es Putin sino —como Hitler tras la Primera Guerra Mundial— un líder que acumuló seguidores y poder a partir de la idea de devolverle a Rusia la grandeza perdida con el fin de la Unión Soviética?

Debemos rechazar el populismo de quienes utilizan miedos que han fortalecido para llegar al poder y sentirse imprescindibles, y que basan sus propuestas en logros que la gente quiere oír en el corto plazo. Estos caudillos terminan poniendo sus estrategias y ambiciones por encima de lo que sea, y muy fácilmente se les esfuman las ideas de humanidad con las que escalaron.

Ni una izquierda encarnada por un hombre devorado por su ego y sus ansias de poder, capaz de decir “Qué Ucrania ni qué ocho cuartos” mientras esa nación estalla bajo las bombas para sonar bravucón, poniendo su campaña política por encima de una realidad desgarradora, aliado con quien le represente votos sin importar las ideas ni la transparencia, y defendiendo barrabasadas como imprimir billetes o eliminar de tajo la exploración petrolera; ni una derecha retrógrada y egoísta que niega libertades básicas de progreso y dignidad, que defiende la vida del bebé no nacido pero no la del campesino, que sigue empeñada en la fracasada y sangrienta guerra contra las drogas, que escoge castigo y violencia sobre educación y reintegración, y apoya venenos para la salud y el medio ambiente como la fumigación con glifosato y el fracking, y que siempre priorizará la producción desaforada sobre la naturaleza (la actual deforestación de la Amazonía es estremecedora) y el bienestar de unos pocos sobre una vida digna para todos.

Reitero la importancia de pensar a quién queremos encontrarnos en la calle para que el miedo no nos paralice. Por eso elijo un centro que no necesita excentricidades ni prometer el paraíso al otro día de las elecciones ni construir paranoias destructivas para todos. Elijo un centro que prioriza lo humano y la libertad, y que no se enfoca solo en partes de la población, sino que busca algo que no suena muy pomposo: esa vida digna para el mayor número de personas, en la ciudad y en el campo. Es que de ahí surgen las posibilidades de educación, salud, seguridad, empresa, progreso, paz.

Con la guerra de Ucrania se complicará concentrar esfuerzos internacionales en la crisis climática, prioridad número uno si queremos futuro, así que hay que elegir bien en casa para contribuir. Yo elijo una nación aportante a un planeta sostenible que priorice selvas, bosques, glaciares y mares sobre una productividad demencial que no entiende —o no le importa— la finitud de los recursos, y un país en el que los niños tengan hogares dignos con una educación que les posibilite elegir la creatividad y la paz sobre la ilegalidad o la violencia por indiferencia del sistema.

Los candidatos de la Coalición Centro Esperanza Alejandro Gaviria, Sergio Fajardo y Juan Manuel Galán representan oportunidades maravillosas. Votaré en esa consulta el domingo y por el ganador en primera vuelta, y por Humberto De La Calle para Senado (también son valiosísimas Sandra Borda, Mábel Lara y Andrea Padilla) y Daniel Carvalho para Cámara.

A veces urge transformar un ambiente para que surjan nuevas emociones y posibilidades, como el hombre que hoy toca piano en la frontera entre Polonia y Ucrania para que los refugiados que llegan de oír bombas, con el alma destrozada por la violencia, el miedo, el frío y la incertidumbre, sean recibidos por sonidos de esperanza. Así debemos cambiar el entorno en Colombia, en donde tantos han sufrido tanto, para que deje de exacerbarse esa sensación de exclusión y empiece la construcción conjunta, para decirnos que todos cabemos dentro de la paz, la dignidad y la sostenibilidad.

Voto por el centro porque quiero encontrar humanidad en la calle. Solo gente.

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