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“Cuando se pone una semilla en el suelo es para el futuro, pero no se puede decir exactamente cuándo va a crecer. Siempre esperamos. El jardín es el territorio de la esperanza.” Gilles Clément.
Cerca de mi casa hay un lago en el que viven varios patos y que visitan pisingos de esos que parecen dibujados con pincel y que llegan volando a nadar entre flores de loto. En la mitad del lago hay una fuente y hace poco pusieron una casita de madera. Hasta a las cosas hermosas nos acostumbramos y por eso asumo de cierta forma a los patos en esa casita. Pero hace unos días mis padres caminaban junto al lago y vieron nadar una tortuga. Poco después me mandaron una foto de la tortuga subiendo por la tabla que hace de rampa para llegar a la casita y se me nublaron los ojos. Que haya una tortuga. Que la tortuga suba por la rampa. Pensarla nadando y a su manera entendiendo que ese es un puente hacia su resguardo. Y que entonces suba despacito. Las lágrimas sirven para tanto más que expresar dolor.
Por fin vi la película Perfect days. Un hombre amanece todos los días sobre una colchoneta en el suelo de su pequeña casa en Tokio y sigue una rutina en silencio para empezar su recorrido limpiando los baños públicos de la ciudad. La historia nos adentra en su mirada: desde que abre los ojos los eleva y sonríe con los colores del cielo, con la música que oye en el camino, les toma fotografías a los árboles mientras almuerza, imprime en su mente el juego de luces y sombras y las formas de las hojas. El hombre se asea cuidadosamente y limpia cada baño como si le fuera la vida en ello. Es una película de colores vivos —parece que todo sucede en medio de un baile entre los árboles y el cielo— y de una belleza estremecedora, como la tortuga subiendo por la rampa.
Pensaba en la forma en que la belleza me hace llorar, especialmente en días en los que también uso lágrimas para sacarme los horrores que nos ofrece el mundo sin descanso. Veo a esos veterinarios ucranianos que desde hace ya tiempo llamo héroes raspando el caparazón de una tortuga herida por los misiles rusos, los veo llorar ante los cada vez más frecuentes bombardeos de Odesa (¡cumple mil días esta guerra!), y busco mi cielo y el baile de las hojas de los árboles que me cubren entre el brillo en movimiento de las sombras y el sol. Es posible que haya lágrimas que ya no sean exclusivamente de belleza o de dolor, sino que se hayan mezclado para alivianar la vida.
Casi siempre venzo el frío y salgo a la madrugada, justo antes de correr, a poner plátano en los distintos comederos de los pájaros. Cuando lo hago respiro distinto. Cuando lo dejo para más tarde hay un nudo que no se desenreda a tiempo. “Todo parece destruido desde cuando no volvimos a cultivar el romero y el nardo”, escribió García Márquez en La hojarasca. Creo que en los días más oscuros hay que elevar la mirada al cielo para que nos levante. Dijo la escritora Anne Michaels: “Nada enfurece más al tirano que la esperanza. Mi investigación de los temas y mi escritura es una forma de ser testigo de la desposesión, de la injusticia. En estos tiempos en que nos sentimos indefensos y desesperanzados, necesitamos entender que la esperanza es resistencia. La historia no es solo acontecimientos: está hecha de nuestras dudas, nuestro desvarío y terror. Ese mundo interior es cómo se construye, cómo respondemos ante la historia y la vivimos. Por eso la esperanza no es un lujo, es un cimiento”.
El hombre de Perfect days cierra los ojos por las noches y recorre la belleza vista y transformada por su mirada y por los caprichos de la memoria,llora y sonríe intercaladamente, balanceándose entre ese algo que lo oprime dentro y eso que brilla en el cielo. Porque es en el mundo interior, allí donde recreamos el baile del universo que percibimos, donde nace y se cultiva la esperanza.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-franco-r/