La premisa es clara: una persona puede ser un excelente candidato, pero un pésimo gobernante. Basta levantarse una mañana en Colombia para comprobarlo. Hace algunos años, el Gustavo Petro candidato se mostraba confiado y sereno hablando sobre distintos temas durante la campaña que lo llevó al poder; esa tranquilidad, quizá, se la daba el hecho de entender que no importaba mucho si lo que decía tenía o no sustento y que lo que realmente importaba era que aquello que saliera de su boca moviera las emociones de los colombianos, en especial de aquellos que lo veían como una opción para cambiar problemas estructurales que ha enfrentado el país.
No hizo falta mucho tiempo para constatar que el Gustavo Petro gobernante sería una historia muy distinta: inflexible en sus opiniones; siempre una víctima de sus fracasos; autodeclarado inocente de sus escándalos; paranoico ante una visión opuesta; un incomprendido respecto a la inoperancia de su Gobierno.
Ya en otra columna contaba lo que nos esperaba en este Gobierno intrascendente y perdido. Llegó el momento de preguntarse ¿qué clase de presidente necesitamos los colombianos de cara a las próximas elecciones? La respuesta yace en el título de este texto. No necesitamos al mejor candidato; necesitamos al mejor gobernante.
Uno podría decir que lo anterior es una obviedad (y claro que lo es). Pero el dato no mata al relato y los seres humanos tendemos, en no pocas ocasiones, a ignorar lo obvio. Generalmente elegimos con la emoción e intentamos justificar con la razón. Y es aquí donde yace el riesgo potencial al que nos enfrentamos: el de elegir al que queremos y no al que necesitamos.
El legado que Petro nos dejará a los colombianos es una policrisis: unas finanzas públicas raquíticas por cuenta del mal gasto en funcionamiento y de que se gasta más de lo que se tiene; una inseguridad brutal: mientras los criminales alzan sus sonrisas impunes en los cielos, en la tierra yacen los cuerpos de líderes que la guerrilla silenció; un desempleo e informalidad que comenzarán a crecer debido a la aprobación de su pésima reforma laboral; un sistema de salud en estado crítico por cuenta de la terquedad y por jugar a creerse salvadores cuando realmente han condenado a miles de personas a un suplicio inhumano; una ralea de corrupción que genera titulares todas las semanas, casi sin excepción; en fin, una innumerable lista de dificultades.
Todos estos problemas demandan de una persona que conozca cómo se gobierna, no de alguien que tenga la mejor disposición para aprender cómo se hace.
En su libro ‘Los que quedan’, G. Michael Hopf comentaba que “los tiempos difíciles crean hombres fuertes, los hombres fuertes crean buenos tiempos, los buenos tiempos crean hombres débiles, y los hombres débiles crean tiempos difíciles”. En nuestro país llegamos a la última parte de esta expresión, por lo que el próximo mandatario tendrá que volverse fuerte.
Y los colombianos debemos entender que el candidato fuerte no es aquel que ofrece las balas como fórmula única de la seguridad, o que promete una reducción de los impuestos sacada del bolsillo (no le vean más la cara de ingenuos a los ciudadanos). No. El candidato fuerte es el que tiene la firmeza para comandar las fuerzas armadas y guiarlas para recuperar la seguridad; que tiene el coraje de decirle a los colombianos que se tendrán que aumentar impuestos para recuperar la debacle económica; que se para con firmeza para devolverle a los jóvenes la posibilidad de pensionarse, sin dejarlos condenados como lo pretende este Gobierno; que actúa sin mover la línea ética, siempre en defensa de la rectitud y en contravía de la corrupción; que no cambia sus preferencias políticas con el vaivén de la popularidad.
Colombia, más que gritos necesita carácter; más que ganas de aprender, requiere conocimiento; más que alianzas politiqueras, clama por formas más transparentes en el ejercicio de la política; más que polarización y división como estrategias electorales, demanda capacidad de unión y compatibilidad de visiones como propuesta de gobierno. Como lo dije al inicio, Colombia no necesita a un buen candidato, necesita a un excelente gobernante. Y ahí están, solo hace falta observar con atención.
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