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“En cuanto al cosmopolitismo —ciudadano del mundo, dice Montaigne, que conoció un mundo bastante más pequeño que nosotros— parece estar de capa caída ahora que en todas partes estallan los nacionalismos más ramplones y volvemos todos a refugiarnos en las políticas de la identidad, en nuestros pequeños fundamentalismos portátiles; y otra vez va siendo cierto que sólo entre los nuestros —los que hablan nuestra lengua y comen lo que comemos y piensan lo que pensamos— nos sentimos tranquilos y a salvo.”

Juan Gabriel Vásquez.

El escritor Juan Gabriel Vásquez publicó hace poco una columna sobre la breve biografía de Montaigne que escribió Stefan Zweig antes de quitarse la vida junto a su esposa en 1942, bajo la sombra del nazismo y la oscuridad que veía en el mundo, expresando su angustia frente a la amenaza a las libertades del ser humano.

Casi quisiera reproducir cada frase de esa columna pero, como en todo, tendré que elegir. Decía Juan Gabriel Vásquez: “‘Cuánto coraje’, escribe Zweig, ‘cuánta honradez y decisión se requiere para permanecer fiel a su yo más íntimo en estos tiempos de locura gregaria’. Nada es más difícil, añade, que ‘conservar la independencia intelectual y moral en medio de una catástrofe de masas’.”

Describe cómo Montaigne, que vivió en el siglo XVI, era un hombre de centro, un librepensador y ciudadano del mundo. Y se lamenta, Juan Gabriel, de cómo hoy les dirían “equidistantes” y “tibios” a Zweig y a Montaigne. La palabra centro ha adquirido un significado más profundo en un mundo absolutamente polarizado, pero ejemplos como este nos ilustran sobre ese sentimiento en común con gentes —¡y qué gentes!— de distintas épocas.

Ya estoy acostumbrada a ser una voz única en gran parte de las conversaciones grupales en Medellín, en las que la mayoría habla asumiendo que los presentes son de derecha porque cualquier otra cosa es asombrosa, escandalosa, causa temor y suspicacia, pero en época de elecciones se exacerba esa soledad, esa lucha permanente contra la corriente, en la que también se da por sentado que cualquier intruso que no piense así debe optar por el mutismo. Porque quién va a decir en voz alta una barbaridad de esas rodeado de defensores de lo suyo dispuestos a todo.

Varias veces he oído en silencio la defensa de lo indefendible —un eco ensordecedor—, pero finalmente renuncio a quedarme callada, termino esbozando mi centro en voz alta porque lo que defiendo son otros valores y eso es algo radical en cuanto a la visión de la vida. Si a uno no le importan sus valores —y si no los expresa—, justamente no tiene el coraje ni la independencia intelectual y moral de la que hablaba Zweig. Si no se viene al mundo a construir una mirada propia, se llegó y se permaneció vacío.

“A eso hemos vuelto: al pensamiento de manada, o a la imposibilidad de sustraernos a la presión del grupo, como si las sociedades en que vivimos se hubieran instalado en una mentalidad de adolescente. Sí, lo sé: nunca ha sido sencillo el oficio de pensar por cuenta propia. Ya escribía Zweig que en toda la obra de Montaigne sólo encontró una sola afirmación categórica: ‘La cosa más importante del mundo es saber ser uno mismo’”, escribe Juan Gabriel Vásquez.

Yo lo expreso porque cuando tantos se van en tumulto contra lo que no sean los lineamientos de una derecha poderosa en pro del capital (sobre todo el de ellos), se dejan en el olvido elementos vitales para la libertad y el bienestar humano de la sociedad y del planeta que, aunque no les guste mucho, nos incluye a todos —no solo a los pocos dueños de ese capital.

Hace poco alguien cercano me dijo con una seguridad burlona que yo votaría en secreto por la derecha para “defender mi patrimonio”, así “dijera que votaría por el centro”. Y, asombrada por cómo esa persona creía saber más sobre mí que yo misma —no solo defendía su posición, sino que me aseguraba que yo pensaba como ella—, supe que hay mentes —y corazones— en los que sencillamente no cabe otra posibilidad. Cuando la mirada se fija solo en el propio camino, es definitivamente más estrecha y más corta.

El dinero —nada más— es la base de las decisiones de una gran parte de la población y eso dice bastante de quiénes somos, de la educación que nos falta, no solo para cultivar el intelecto, sino también la empatía. Se necesita coraje para permanecer fiel al yo más íntimo que, además, solo logra conocer verdaderamente quien ha viajado a través de las muchas capas que hay más allá de lo material. La humanidad se busca primero por dentro y ahí se encuentra el reflejo todopoderoso de los demás.

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