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“Y la humildad es mucho más que un sentimiento, es la realidad vista por el mínimo sentido común.” La pasión según G.H. Clarice Lispector.
“Yo ni siquiera sabía que yo era negra”, dijo bellísimamente la abogada constitucionalista Amelia Prado en el podcast Elemental, hablando sobre una niñez extraordinaria en el municipio de Nuquí, en Chocó, ese departamento riquísimo y pobrísimo en el Pacífico colombiano, en donde cuando ella era niña la vida se miraba distinto, no había una lupa en el dinero porque allí lo tenían todo gracias a una producción local en armonía con esa naturaleza exorbitante que los cobijaba. Y ella solo supo que era negra más tarde, cuando otros se lo dijeron para intentar ubicarla en algún lugar lejos de la belleza.
Desde que tengo memoria he definido a quienes me rodean a partir de su sencillez y su sensibilidad: me fascinan las miradas profundas, cálidas y genuinas; la obsesión por pedir el favor y dar las gracias; la facilidad para abrazar, llorar y decir te quiero; el vacío inevitable frente al dolor ajeno; el asombro y el amor indescriptibles y desmedidos por los animales y la naturaleza. Aquellos que no parecen haciendo siempre un esfuerzo por sentir. De los otros me separa una barrera difícil de cruzar.
“Eso es lo malo que tienen las personas frías. No el hecho de que tengan hielo en el alma (todos tenemos un poco), sino que se empeñan en que ese hielo se refleje en todas y cada una de sus palabras y sus actos. No aprenden nunca lo que es la belleza ni el valor de los gestos. Su necesidad emocional. Para ellos, la sinceridad va siempre por delante de la amabilidad, la verdad por delante del arte. El amor es arte, no verdad”, escribió Lorrie Moore en un relato, y dijo también: “Quizá no puedas evitar tu insensibilidad. Es lo que te ha hecho el mundo a ti. Pero tu frialdad… Es lo que tú le haces al mundo.” No sé si la gente fría sienta su propio invierno o si la costumbre le haya arrebatado la capacidad de temblar. Pero sé que los corazones que vivimos en vilo percibimos los efectos de cada parpadeo, y eso modifica lo que somos.
Hace poco, mi esposo le entregó unos tenis para arreglar a un señor rodeado de zapatos en la calle frente a su oficina. Le pagó más porque le pidió muy poco, aunque le aclaró que él era el mejor zapatero de la zona. Días después mi esposo le llevó otro par y el señor le preguntó si en la empresa le podían ayudar a hacer una casetica metálica para trabajar y guardar sus cosas, para protegerse del sol y la lluvia. Le dijo que se la iría pagando. Mi esposo adaptó una estructura que habían construido en pandemia, involucró al equipo, que diseñó compartimentos para zapatos, formas de abrir ventanitas, diseñó un letrero digno del mejor zapatero, y le regalaron su caseta al señor que, antes que ser un oficio y un cuerpo en la calle, es un hombre. Ese hombre se puso a llorar. Ese hombre busca cada día a mi esposo para apretarle las manos y decirle que le cambió la vida a su familia, que nunca va a entender lo que hizo.
Por eso uno quisiera más calorcito en los corazones fríos, porque no tienen ni idea de lo que se pierden, y porque la vida sería distinta. En la serie Hunters (Amazon), hablando sobre alguien que hizo mucho por los judíos porque su niñera había sido judía y la había querido mucho, plantearon esta idea preciosa: “Espero que a todos nos críen las personas que el mundo nos dice que odiemos.” Porque solo de cerca, cuando acariciamos la humanidad del otro, entendemos algo sobre la existencia.
Recuerdo mis primeros textos en un blog que creé hace casi quince años: eran escenas que surgían en los semáforos, desde mi sufrimiento por las ventanas cerradas con la mirada de hierro fijada al frente, junto a seres humanos invisibles intentando vivir bajo el azar del cielo. Me hablaba la directora de cine Laura Mora en el podcast Universo No Apto sobre cómo la violencia tiene pequeños gestos supremamente agresivos, uno de los cuales es la exclusión, la no mirada, el no reconocimiento del otro; sobre la necesidad de todos de tener un lugar en el mundo, pero también en el otro, ser llamados por su nombre. Y sobre cómo establecer una mirada horizontal es un acto de dignidad no solo para aquel que es mirado, sino para aquel que mira y escucha.
La sencillez es una virtud bellísima que define a una persona por encima de casi todo lo demás. Se siente, incluso, en las letras de los escritores, cuando su alma es más importante que su ego. Amelia Prado no sabía que era negra justamente porque eso solo significa algo cuando alguien más tiene una urgencia vital de señalarlo para rescatarse a sí mismo, cuando refleja su hielo.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-franco-r/