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Ni nos hemos vuelto masculinas ni tampoco estamos queriendo ser hombres. El hecho de que ahora la fuerza de las mujeres sea contundente y que nuestra voz por fin resuene y tenga poder tiene que ver con la conquista de nuestros derechos y de los espacios donde podemos expresarnos gracias a una lucha consistente de más de 300 años. Nada tiene que ver con lo que algunos mal intencionados o ignorantes quieren hacernos ver: que queremos ser hombres o que aquí hay una “guerra de los sexos” y que no tenemos en cuenta al género masculino.
Por un lado, siempre hemos tenido fuerza, una que no podíamos evidenciar en sistemas sociales donde hacer público que no éramos débiles suponía un peligro. Y por otro lado, siempre los hemos visto y tenido en cuenta en nuestras decisiones, les hemos dado un gran lugar en nuestras vidas.
Qué paradoja que para poder sobrevivir tuvimos que mostrarnos como el sexo débil para no amenazar la masculinidad y el sistema patriarcal. Era más fácil ocultar nuestra potencia que enfrentarnos a la ira de los hombres. Pero ya no estamos solas, no estamos encerradas en casa y esa es la gran victoria, haber podido demostrar que no somos minoría, que somos el 52% de la población y que hablamos entre nosotras para acompañarnos y defendernos. Cada vez tenemos menos miedo, lo que no significa que no estén presentes y sean valorados en nuestras vidas.
Pero ahora sabemos que no somos débiles, que nunca lo hemos sido, que no estamos solas y que podemos hablar sin su permiso. Hemos parido a todos los hijos de esta tierra, hemos dado de comer a la humanidad, nos hemos enfrentado a las hogueras, y aun cuando sabemos que con una sola mano podrían acabar con nuestra vida y que con sus palabras y gritos hieren lo más profundo de nuestra alma, hemos decidido no parar entre llantos y dolores; esa es nuestra fuerza.
Hoy podemos decir que ha valido la pena, que estamos ganando espacio y que lo hemos logrado sin armas, sin violencia ni fuerza bruta. Tampoco hemos necesitado caudillas ni nos hemos excusado en la injusticia para acabar con la vida de otros. Con el poder de lo colectivo, con alzar la voz y sacando nuestra la inteligencia a las calles hemos conquistado escenarios que estaban reservados solo para unos pocos, hemos ganado derecho sobre nuestros cuerpos y algo más de independencia económica.
Para que nuestra voz resuene no hemos tenido que silenciar la de los hombres, sino que más bien hemos abierto nuevos espacios. Así que hoy, cuando las luces están sobre los escenarios de mujeres, cuando se han vuelto moda “los asuntos de género” y los eventos de mujeres llenan estadios y teatros, no podemos permitir que lleguen nuevamente a invadir nuestro espacio y que hablen por nosotras.
Nada más alejado del argumento feminista que el silenciamiento masculino. Nosotras abogamos precisamente porque no haya opresión de ningún género sobre otro. Pero los argumentos poco inteligentes de quienes reducen al absurdo nuestra lucha aún siguen persiguiéndonos, tildando violentamente de feminazis a nuestra fuerza y a la protección de nuestra “habitación propia”. Qué tamaño de ignorancia hay detrás de esa palabra, antes éramos brujas, después putas, ahora feminazis.
Ahora que el violeta está de “moda” y que por fin es sinónimo de progreso que haya mujeres en juntas directivas, en paneles de expertos, en la ciencia y en la literatura; resulta que algunos usan el reflector para ponérselo encima y usar nuestra lucha a su favor, una que por cierto odiaban, pero que les es útil para darse autobombo. Cuando tras bambalinas siguen defendiendo al macho patriarca. Nos toman de la mano nuevamente como trofeo, para decir que son “aliados”. El mismo juego pintado distinto.
Nadie dijo que la equidad no fuera un asunto de todos, pero tampoco que los temas de mujeres deban ser cooptados por hombres. ¿Qué hacen en los paneles de mujeres, hombres enemigos del feminismo? ¿Qué hacen recibiendo los aplausos del público? ¿Qué hacen explicándonos que es la equidad de género, la feminidad, la ciclicidad?
No sé si me confronta más que los inviten, como si hubiera que pedir su venia para hablar, o que asistan como panelistas antes de aprender.
Nos tardamos demasiado tiempo en llegar hasta aquí como para que ahora les tengamos que pedir permiso para reunirnos solas. Nosotras tenemos claro que cuando a algo se le da luz, no se le quita a otra cosa, pero en el sistema binario “ganador-perdedor” del sistema patriarcal, ese concepto no parece caber. Nosotras entendemos de la expansión, de la diversidad y no creemos que para que nosotras brillemos tengamos que opacar a nadie. Pero sí que hay espacios sagrados en los que la voz de las mujeres es lo único que hay que escuchar, que las escuchemos todos y todas.
Señores, a ustedes no se les han quitado nada porque nosotras ahora tengamos algo. Si van a ir a los eventos, primero asistan como escuchas y aprendices, para que puedan hablar no en nuestro nombre sino en el suyo y puedan después sentarse en los escenarios a hablar de cómo estas voces los interpelan o que les hace pensar de su propia masculinidad. No siempre tienen que hablar, pueden empezar a escuchar.
Llevamos siglos o más bien milenios viviendo en ciudades diseñadas por ustedes, en sistemas económicos donde ustedes dominan, creando familias en las que ustedes tienen la silla más cómoda, donde llega sin esfuerzo la comida y el amor. hemos leído siempre sus libros y visitado museos llenos de sus obras; escuchamos durante años sus juegos como banda sonora de nuestra vida; han sido siempre nuestros jefes y les hemos obedecido sus órdenes; nos han sermoneado profetas masculinos por milenios mientras nosotras escuchamos atentamente. Así que ahora tómense la molestia de, por una vez en la vida, tomar el asiento del observador. Lo único que les puede pasar es estar en desacuerdo; no es un deporte extremo, no perderán la vida y seguramente tampoco el tiempo.
Que el reflector no esté siempre sobre ustedes no los invisibiliza enfrente nuestro; los vemos, se los aseguro.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/juana-botero/