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En la doctrina cristiana, el purgatorio suele ser entendido como el lugar donde las almas purifican sus pecados para poder llegar al cielo. Dante Alighieri partió de esa idea en su obra Divina Comedia. En esta, el purgatorio se divide en siete círculos, uno por cada pecado capital (soberbia, lujuria, avaricia, envidia, ira, gula y pereza). Se trata de un punto intermedio entre el infierno y el paraíso, un lugar de trámite que suele ser relacionado con el dolor y el sufrimiento. Pero, a diferencia del infierno, en este punto intermedio por lo menos hay un destello de esperanza. Una tenue posibilidad de llegar al paraíso. Pienso que existe una especie de purgatorio en vida. La desaparición de un ser querido es quizás un octavo círculo de esta estructura de dolor.

El círculo no sería particularmente para las almas, sino para aquellos familiares que en vida siguen esperando. Como las almas, también sufren, pero esperan. Se adhieren a la remota posibilidad de encontrar a su ser querido. La desaparición de un familiar también crea un espacio intermedio de dolor y esperanza. Se entra en un estado en el que no es posible un abrazo físico con el ser querido, pero tampoco es posible hablarle, orarle o conectar con su alma, pues no hay certeza de su muerte. Es un espacio inefable entre la vida y la muerte: un purgatorio.

Es este estadio o escenario, las puertas de las casas se quedan abiertas todas las noches, esperando que Matilde entre para mostrarles el paraíso. Que sus seres queridos regresen. Una espera que puede tardar años o, simplemente, nunca llegar. La espera es una característica del purgatorio de Dante. En su ante purgatorio, destinado para los excomulgados y los arrepentidos de forma tardía, ambos tipos de almas deben esperar. Las primeras por un período equivalente a treinta veces su tiempo de contumacia; las segundas por un tiempo igual al que permanecieron en la tierra.

De estos elementos quiero rescatar la espera, no el castigo. Cualquiera podría estar concluyendo que este símil de la desaparición con el purgatorio obedece a que yo entiendo que se trata de una especie de castigo divino que es necesario para purificarse, pero no. Para nada. El punto en común es la espera, pues hay familias que, como las almas, han esperado el tiempo que llevaba su hijo en vida, el doble o siguen esperando.

El símil tampoco busca igualar el paraíso al encuentro de la persona con vida o el infierno a su encuentro sin ella. La falta de respuesta, la imposibilidad de búsqueda, el abandono estatal, la pérdida definitiva de la esperanza que caracteriza la desaparición podría ser el verdadero infierno. Mientras tanto, en el purgatorio de la desaparición, la vida y la muerte pueden significar el paraíso. El paraíso es la verdad.

La verdad se puede representar a través de la muerte o la vida. Las puertas están abiertas, pero, tras una larga espera, no importa la forma en la que se presente “Matilde”; basta con que lo haga. Ante la falta de respuesta y los años de espera, la vida deja de ser lo más sagrado. La verdad, la respuesta, incluso si ésta implica la muerte, se convierte en el verdadero paraíso. Encontrar un cuerpo sin vida permite reconstruir los lazos espirituales. Permite conectar con la vida después de la muerte. Conexión imposible en el purgatorio, donde no hay vida, no hay muerte, pero hay esperanza.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/martin-posada/

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