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Para los de mi generación, hablar del Parque Lleras evoca sentimientos y recuerdos muy diferentes de los que puede producirle a una joven en sus veinte años.

Las primeras discotecas a las que fui, a mis apenas dieciocho años, eran en el Lleras. El Parque, otrora un sitio de esparcimiento familiar, para la época de mi adolescencia ya era el sitio favorito de rumba de Medellín.

Era uno de nuestros orgullos de ciudad. Un parque verde, lleno de vida, con restaurantes, bares, cafés y discotecas. En sus calles se respiraba felicidad, fiesta. Ir al Lleras era un buen plan.

Este lugar icónico de la ciudad también, como referente de nuestra historia, fue testigo de un grave atentado terrorista: la bomba en el Café Orleans en el año 2001. Si tenemos más de 30, seguro nos acordamos que estábamos haciendo en ese momento y el temor que sentimos porque algún ser querido no estuviera dentro de los heridos. Para mi caso, me acuerdo que mi preocupación y la de mi mamá fue por mi hermano, que estaba con sus amigos en el Lleras.

Después de esto el Lleras se reconstruyó y, como se ha hecho en múltiples ocasiones a lo largo de los años, la intervención urbana dio pie a nuevas dinámicas. Más bares, más música, más restaurantes. Los años fueron pasando y la fama del Lleras fue creciendo, lo que implicó por supuesto la llegada de nuevos visitantes.

Con el auge del turismo en Medellín, era evidente que las visitas al Parque Lleras se multiplicarían. El panorama poco a poco empezó a cambiar, así como las formas de entretenimiento, ya no pensadas tanto para locales sino enfocadas en la necesidad de ese visitante extranjero que, además, gastaba mucho más que los de aquí.

El descuido de lo que allí pasaba por parte de las autoridades, la complicidad de la policía en muchos casos, la ambición de algunos comerciantes por lograr más clientes y mejores utilidades y el desinterés de nosotros, ciudadanos que solíamos habitar el Parque, lo llevaron a la situación en que lo vemos hoy.

El Lleras no es más el sitio icónico de esparcimiento de la ciudad; el Lleras es la cara visible de la explotación sexual.

Por eso mis emociones cuando pienso en el Lleras no pueden ser las mismas que las de una mujer de veinte años. Ella no conoció el Parque seguro y ameno que nosotros habitamos; a ella solo le ha tocado ese lugar por el que se pasa rápido y se visita únicamente si es estrictamente necesario; ella solo conoce el miedo que sentimos las mujeres cuando nos toca caminar por sus alrededores; ella solo ha visto las caras de la desgracia cuando mira a los ojos las mujeres y niñas paradas en sus calles. Ella no se siente, y no se puede sentir orgullosa del Lleras como en el pasado lo hicimos nosotros.

Ese problema que tenemos en la mitad de la ciudad, a la vista de todos, como un elefante en la sala, ha venido ganando protagonismo (lo cual celebro, porque si nos seguimos haciendo los ciegos, nada va a pasar). Sin embargo, las acciones que por lo menos desde la institucionalidad se han tomado para enfrentarlo, son irrisorias.

El alcalde decide cercar el parque con vallas a partir de las 4 de la tarde. ¿Cercarlo para quién? Es lo primero que uno se pregunta. Para los turistas seguro que no. ¿Entonces para quién?

Y ahí es donde está el problema. Esa medida de restricción del disfrute del espacio público no resuelve nada, en tanto, o desplaza el problema, o discrimina a las víctimas del mismo.

Desplaza el problema porque la explotación sexual, que deja cifras multimillonarias, no se va a acabar por unas cuantas vallas o algunas materas como propuso el alcalde. Este absurdo mercado de vidas humanas que se instaló allí seguro se desplazará algunas cuadras, o se tomará otro sector de la ciudad, o se ingeniarán formas de hacerlo sin ser tan visible; el caso es que no se acabará.

Y se discrimina a las víctimas, porque será precisamente a partir de criterios meramente estéticos que se limitará el acceso. ¿Dependerá entonces mi entrada de cómo me veo?, ¿de qué aparento ser?.

Sin duda hay que recuperar el Lleras, trabajar e ingeniarnos estrategias de apropiación del espacio público que permitan que la seguridad allí vuelva a reinar y que ese escenario de explotación sexual desaparezca. Pero si la solución son las vallas, se tendrá que terminar cercando con vallas toda la ciudad.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/manuela-restrepo/

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