Aunque hoy hay casi medio centenar de precandidatos presidenciales para 2026, el panorama político es más claro que lo que ese caos de nombres, partidos e ideologías presenta. La realidad es más simple, mas no fácil.
La derecha no parece tener pierde. La izquierda, al contrario, no tiene como ganar. El centro, como suele suceder, no sabe a qué ni dónde jugar. Vamos por partes.
La derecha tiene la mayoría de condiciones a su favor, entre las cuales cito algunas de las más determinantes: 1) independiente del gobierno actual, este país sigue siendo predominantemente de derecha y por eso cuenta con un capital electoral fijo igual o superior al 50% de los votos; 2) más allá de cualquier análisis objetivo de Petro y su gobierno – sobre lo que ya he escrito dos columnas en este medio – es indiscutible que éste ha reencauchado al expresidente Álvaro Uribe, la figura pública más representativa de derecha, con capacidad de unificar a este espectro político, ha desempolvado a la derecha más rancia y ha fortalecido su ideario político; 3) hay, al tiempo, un desencanto, casi generalizado, con los gobiernos de izquierda o progresistas en el mundo, y una onda de derechización radical del planeta, empezando por EE.UU. y los magnates de las empresas de tecnología, con su manipulación de la opinión, lo que favorece ampliamente y por ambas razones a los candidatos de esta línea de pensamiento y acción; y 4) los principales temas de agenda de la derecha, como la economía y la seguridad, serán los más decisivos en las próximas elecciones.
Entre muchos detalles y contingencias de campaña, la derecha tiene solo dos riesgos relevantes para resolver: 1) que no tiene un candidato de peso en sus entrañas políticas, especialmente en el Centro Democrático, y esta vez no se puedan dar el lujo de improvisar con otro inepto como Duque, sin el cual Petro difícilmente hubiera sido presidente, por lo que tendrá que apelar al pragmatismo político y rodear a un outsider, o alguien ideológicamente afín, así no este subordinado a Uribe, como él y sus correligionarios quisieran; y 2) que no pueden dividirse los votos, como en el 2022, porque corren el riesgo de perder, no con la izquierda, sino con el centro, si es capaz de organizarse, unificarse y entusiasmar.
Pero este riesgo no se los van a dejar correr los que mueven los hilos del poder en este país, que son los dueños de los grandes capitales. Van a exigir un candidato de peso y unidad, o, cuando menos una de las dos condiciones, para ir a la fija, como en las pasadas elecciones locales en Medellín con Fico. De ahí que, en orden, para mí, están Vargas Lleras, por su trayectoria; Vicky Dávila por novedad y docilidad para manejarla, o el mismo Fico, por carisma, y quien estaría dispuesto a renunciar y sacrificarse por el bien superior del país, así sea más inepto que Duque, aunque lo disimile mejor. Tampoco se me haría extraño que terminen inflando a un tipo del estilo de José Manuel Restrepo, el polite exministro de Hacienda de Duque, que ahora cuenta con las simpatías de la “godarria” paisa. No tienen mucho de donde escoger tampoco.
La izquierda no tiene opciones, por más que mantenga, sobre todo Petro y su círculo cercano, un apoyo más o menos del 30% de los colombianos, especialmente de esa Colombia profunda que ellos ven y el resto del país ignora. Las razones son muchas, pero voy a enunciar las más básicas: 1) en un país tan conservador, la izquierda no se puede dar el lujo de cometer tantos errores estando en el poder, empezando por el déficit en gestión que el mismo presidente puso en evidencia en el consejo de ministros; 2) siendo minoría con respecto a la derecha, no pueden estar tan divididos, no solo política, sino también ideológicamente: está claro que el progresismo de Petro le parece tibio a la izquierda radical, que de pragmática no tiene nada; 3) como lo plantea León Valencia en un artículo titulado La transición y las reformas después de Petro, sus principales proyectos, reformas y programas son, en su conjunto, demasiados ambiciosos y desproporcionados frente a las posibilidades reales de concreción y compresión de la gente, empezando por el galimatías de “La paz total”, a la que la misma izquierda armada, devenida hace tiempo en narcoterrorismo, no le ayuda para nada, y 4) que tampoco hay liderazgos sólidos de izquierda, porque Petro, en otros de sus muchos errores, tampoco los promovió. No tienen a nadie que este país considere de talante presidencial, lo único que sí le reconocían a Petro, hasta muchos de sus detractores.
Además de sus bases consolidadas, que no son todo ese 30%, porque alguno es ideológico o de opinión, la otra fuerza de la izquierda está, paradójicamente en la derecha, su principal fuente de propaganda, que alimenta el coco “castrochavista”, exagerando sus posibilidades de ganar, aun cuando saben que esta vez no tienen ninguna. Es explotar el miedo como estrategia política y electoral.
Tal vez la única forma que tiene la izquierda, y especialmente Petro y el petrismo, de no perder en las próximas elecciones es que no gane la derecha y darle continuidad a algunas de las reformas propuestas o en marcha. Confluyo aquí con León Valencia cuando, en el citado artículo, concluye:
“Es muy probable que los nombres que tiene en mente Petro para pelear la segunda vuelta de las elecciones de 2026 correspondan a personas del centro del espectro político que, con un apoyo decidido de la izquierda, le den la pelea a la derecha y puedan eventualmente ganar la contienda para darle continuidad a la transición y a la lucha por las reformas sociales por las que clama una parte de la población colombiana”.
Aquí es donde puede jugar el centro, y, especialmente, Fajardo, que es su figura más representativa y consistente. ¿Qué interés podría tener la derecha, con el triunfo en el bolsillo, de apoyar o potenciar a Fajardo? Ninguno genuino. Saben, que como en 2018, es el único que los podría derrotar en segunda vuelta. Creo que la jugada es clara: mantenerlo arriba en las encuestas, para que se desgaste ahora y, después, cuando ya sea evidente que la izquierda no tiene con qué llegar, se ensañarán con él, como ya lo han hecho en las otras elecciones, en las que lo han graduado hasta de mamerto. Después de 200 años de gobernar, la derecha no se va a permitir quedar viuda de poder durante dos periodos consecutivos.
El “Tetris” del centro y de Fajardo es el más difícil. A diferencia de la derecha, y salvo Vargas Lleras, él sí es un candidato de peso, allende de si es bueno o no haciendo campaña, que es una de las críticas que se le hace. Un talón de Aquiles, sin duda, porque es al que menos le van perdonar errores, por su experiencia en estos procesos. Si se acerca mucho a la derecha, le darán el abrazo del oso: lo triturarán. Si coquetea con la izquierda, el país no se lo perdonará.
No le queda más opción que posicionarse como lo que es, un candidato de centro, y explicar, afirmativamente, eso qué implica, como concepto y en la práctica. El discurso anticorrupción y antipetrista no es suficiente. Esas banderas las enarbolan casi todos: no diferencian. La gente tampoco está esperando un profesor, sino un líder que le solucione los problemas más apremiantes que tiene. Es el momento de proponer, sin ambages, una ideología de centro, pragmática, que nos libere de esa polarización paralizante en la que vivimos, y un proyecto de país viable, inspirador y esperanzador.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/pablo-munera/