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El origen del malestar

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Hay algo que me preocupa: la manera errática que tenemos de actuar frente a lo evidente. La variabilidad con la que asumimos las posturas éticas según el lugar que ocupemos. Es como si tuviéramos unos lentes al revés, o ningunos. Ponemos siempre el ojo en lo que no es.

¿Será nuestra constante negación de la realidad o una necesidad de ocultar y tapar lo que es? Todo es tabú, y al mismo tiempo nada lo es porque los tabúes los inventamos nosotros. Nos obsesionamos con casas limpias, asépticas, sin polvo para que los objetos brillen y resalten con la intención de impresionar a otros, pero, cuando tenemos en frente un problema, somos incapaces de darle una solución. ¿Es porque no la vemos o no queremos verla?

Tenemos los conceptos trastocados. Las ideas tan mezcladas unas con otras que les asignamos características incorrectas a las cosas. Los adictos al alcohol, al cigarrillo o a la marihuana señalan a los que tienen una enfermedad mental y tienen que consumir drogas psiquiátricas. ¿En serio? No veo en ellos doble moral o falsedad. Es una ingenuidad, una desconexión con sus pensamientos, sus actos y los de de los demás. O tal vez una proyección. Es como querer aprender del sufrimiento con la crucificción del otro.

Es como si todo lo que ocurriera afuera no tuviera nada que ver con nosotros. Como si al hablar de otro, de señalarlo, nos aisláramos de nuestra propia condición. Es un desdoblamiento para intervenir en la vida ajena como si fuéramos una especie de Dios, de entidad misteriosa que no conoce ni entiende de humanidad.

Ha habido más escándalos e indignación con la despenalización del aborto que con los cierres de unidades de ginecología y obstetricia en Medellín, lo cual afecta a miles de mujeres que quieren dar a luz. A los hombres les molesta más la lucha feminista (que también lucha por ellos) que los feminicidios y las violencias contra las mujeres. Hace poco estuve en un hospital psiquiátrico visitando a un ser querido y los visitantes estaban más preocupados por la cantidad de drogas que les daban a sus parientes que por la razón que los llevó a llegar allá.

El mundo es una locura. Y hay quienes elegimos observarlo con tanta atención que perturba. A veces preferiría no analizar lo que me rodea y, sobre todo, no querer controlarlo. Me decía un amigo con el que hablaba que este era el precio que se pagaba por vivir más conscientes. En ocasiones siento como si me hubiera tomado una dosis de ayahuasca o un hongo alucinógeno y mis sentidos estuvieran más despiertos, más alertas. Por eso nunca me han gustado esas drogas. Mi sensibilidad ya es suficiente como para estimularla más. Me decía otra persona, que el trauma altera tanto el sistema nervioso que, aprender a regularlo y tranquilizarlo es el trabajo de toda una vida.

Me parece que todos vivimos hastiados, pero no hacemos nada para desintoxicarnos. Y no estoy hablando de esos programas modernos llamados detox de “Tres días sin redes sociales, una semana sin café, un mes sin azúcar”, o un retiro espiritual millonario en Bali. Que a la larga esas cosas no solucionan nada, porque nuestro malestar es mucho más profundo y está regado por todas partes como un cáncer imposible de eliminar.

Desintoxicarnos es en realidad desaprender conductas que nos han lastimado, dejar de repetir discursos vacíos y dogmáticos, ponernos en el lugar del otro, practicar la empatía, mirarnos más antes de señalar, hacernos cargo.

La Semana Santa es una celebración cristiana que recuerda y recrea la muerte y la resurrección de Jesús. No practico ninguna religión, pero he vivido con estos ritos y los conozco. Me gusta ver cómo estas costumbres son también un reflejo de lo que somos como sociedad. Entonces comprendo esa fijación tan absurda que tenemos con el sacrificio y el sufrimiento. Esa mirada perversa sobre el crecimiento a costa de los actos de los demás. Llevamos más de 2.000 años aferrados a una tragedia. Obsesionados con el malestar que ha perdurado en cada época de la humanidad, adoptando diferentes formas, y esperando alquien que llegue a salvarnos por nuestra imposibilidad de resolverlo.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/amalia-uribe/

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