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La templanza es un valor difícil de integrar. La moderación y la sobriedad a las que remite son usualmente confundidas con el sacrificio y el sufrimiento. Una cosa es templar un rejo y otra usarlo para azotar. Para templar se requiere consistencia y flexibilidad, para azotar solo fuerza y ganas de castigar. Cuando se confunde la templanza con el sacrificio se pervierte una idea valiosa y verdadera: que todo tiene que ser creado y que el proceso de creación exige tiempo y recursos.

El reconocimiento de los logros propios que entraña esta idea no es problemático en abstracto, sin embargo, su utilización irreflexiva para hablar de la creación de la riqueza sí es bastante problemático. Atribuir el progreso económico y social que se deriva de la acumulación únicamente al esfuerzo individual es el mito fundacional del sistema actual y no podremos construir un mundo más justo hasta que esta forma de entender la distribución de los recursos sea masivamente objetada.

Para no atribuirle a ciertas figuras un poder que en realidad no tenían Epicuro proponía a sus seguidores entender la naturaleza de las cosas. Al preguntarse por el origen del relámpago, por ejemplo, este filósofo y sus seguidores acudían a la comprensión disponible del mundo natural e imaginaban que, así como en la tierra la fricción creaba chispas, en el cielo debía obrar un mecanismo similar capaz de generar destellos. De esta manera cuestionaban el relato dominante y reducían la angustia ante la incertidumbre de estar a merced del temperamento de Zeus. “La verdad os hará libres”, después diría Jesús.

En nuestro tiempo los misterios son otros y abundan los relatos para explicar el orden actual del mundo. ¿Por qué unas personas han logrado acumular más recursos de los que podrán necesitar en toda su vida mientras otros no saben si van a poder cenar esta noche? El mérito es la versión contemporánea del relámpago que un dios enojado lanza a los hombres para castigarlos y hay muchos sacerdotes dispuestos a replicar las nuevas palabras sagradas: esfuérzate, cree en ti y solo en ti, destácate en la competencia, sométete al dolor, aguanta el sufrimiento, entrena para ser el más fuerte. Si lo haces serás recompensado, si no lo haces serás castigado y solo tú serás responsable de tu destino.

Para contrarrestar los efectos de esta prédica y el dogma en el que se origina es necesario construir nuevas hipótesis con la información disponible: según Oxfam anualmente 5,6 millones de personas mueren por falta de acceso a servicios de salud y 2.1 millones de personas por hambre. Esta misma organización tiene una calculadora de desigualdad que permite saber cuánto tiempo debería trabajar una persona para obtener los ingresos mensuales promedio de un multimillonario. El resultado para una persona de ingreso bajo en Colombia es 449 años y 11 meses. ¡Son solo cuatro siglos y medio de esfuerzo, tú puedes!

La desigualdad social no es producto del mérito individual. No es la falta de sacrificio y esfuerzo lo que hace que miles de personas vivan por debajo de la línea de pobreza y tampoco es el trabajo duro lo que explica la acumulación de grandes fortunas. Esas explicaciones son el núcleo del mito que debemos creer para mantenernos alejados de otras formas de vida y de otros relatos sobre lo que significa vivir en sociedad. Lucrecio, uno de los seguidores de Epicuro, escribió Sobre la naturaleza de las cosas, un poema que dedicó a Venus y en el que explica la teoría física epicúrea:

Preciso es que nosotros desterremos

estas tinieblas y estos sobresaltos,

no con los rayos de la luz del día,

sino pensando en la naturaleza.

Es urgente que traslademos esta lectura del universo físico al universo social y nos interesemos por comprender el funcionamiento de los sistemas morales, económicos y legales que rigen nuestra existencia. Que templemos los argumentos y afinemos la mirada. Es la única forma de quitarle el poder a quienes se creen dioses y de abrir el camino para imaginar otros mundos posibles.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/valeria-mira/

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