El mérito como justificación de la pobreza

El mérito como justificación de la pobreza

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Michael Sandel en su libro “La tiranía del mérito” (2020) propone que las transformaciones introducidas por el proyecto neoliberal están relacionadas con la emergencia de una nueva concepción del mérito. El neoliberalismo, a decir de Sandel (2020), vuelve laica la ética protestante del trabajo. La premisa de que con trabajo y fe se puede “inclinar a nuestro favor la gracia de Dios” (p.235) deviene en el neoliberalismo en la idea de que nuestro destino depende de lo que hagamos por nuestros propios medios, de una libertad individual basada en la posibilidad de acción, en el “poder hacer”, en ser “empresarios de sí”. 

Este imaginario de que el destino de una persona se rige por una teleología del mérito, de suerte que haya una relación causal entre esfuerzos y resultados, se encuentra fuertemente arraigada en la “cultura occidental” según explica el filósofo estadounidense. La teología cristiana, a su modo de ver, parte de la proposición de que las bendiciones y los castigos divinos son resultado de las acciones de los hombres y las mujeres, planteando una alineación entre las valoraciones morales (bueno y malo) y sus consecuentes desenlaces: fortuna e infortunio. Si soy bueno, Dios me recompensará. Si soy malo, y no me arrepiento, me castigará.

La doctrina calvinista introduce otra perspectiva a este maniqueísmo. Bajo el principio de la predestinación es imposible para una persona saber en la tierra si se está salvado o condenado. El juicio es previo al nacimiento y no es posible saber el resultado. Pese a ello, el hecho de que una persona encuentre una vocación, y pueda dedicar su vida a trabajar por “la gracia de Dios”, puede ser un indicador de salvación. De nuevo, en la ética protestante se presenta una equivalencia entre esfuerzo y resultados, una meritocracia que conlleva a conclusiones del tipo, tengo trabajo y riqueza porque soy seguramente un elegido de Dios. De manera análoga, carecer de medio de vida y dinero puede ser indicador de una condena predestinada y es esperable (incluso deseable) que padezca sufrimientos en la tierra.

Estas pistas sobre una posible salvación — dada la predestinación y la imposibilidad de saber si estoy salvado o condenado— dependen de la dedicación y el esfuerzo en el trabajo individual. El calvinismo introduce — además de la ética del trabajo capitalista, de la acumulación de riqueza para la gracia de Dios—   una doctrina de la “autoayuda” y el rendimiento individual, de la solución biográfica, del mérito. Tengo lo que merezco tener por el esfuerzo que he hecho para conseguirlo. Si nos detenemos en esta sentencia vemos que de un lado resulta inspirador y gratificante saber que el éxito social será una consecuencia inevitable de mi trabajo. No obstante, esta premisa, asume también que quienes no obtuvieron éxito, son responsables de ello, no hicieron lo suficiente. De ahí su tiranía. 

En la sociedad contemporánea perviven estas concepciones asociadas al mérito en dos sentidos: no sólo asumimos que el éxito o el fracaso social, en términos económicos, son fruto del esfuerzo individual, si no también que quienes consiguen éxito, lo merecen. En la actualidad, permanecen residuos de la doctrina calvinista en particular, pero del cristianismo en general, sobre un merecimiento de la fortuna y la condena, de hacer una equivalencia entre el comportamiento moral y el destino social. El bueno es exitoso, el malo es fracasado. Sin embargo, ya no es una justificación solo en términos de la predestinación. Es una justificación también terrenal que desemboca en sentencias del tipo “el rico ha hecho las cosas bien y merece su riqueza”. “El pobre es perezoso, no se esfuerza, merece su pobreza”. Los pecados de la predestinación se transforman en pecados de mercado. El pobre, lo es, porque no sea ha esforzado lo suficiente, porque no ha sido un sujeto de rendimiento. Y merece serlo.  

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-pablo-trujillo/

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