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Para escuchar leyendo: Para verte gambetear, La Fundamental

En los últimos días se cumplieron cuatro años de la muerte de Diego Armando Maradona, el tipo bajito y zurdo que se hizo conocido por el mundo entero. Un hombre, un mito, una sombra y estandarte que se condensa en la ambivalencia de una vida construida por mil vidas distintas.

Su muerte, en lo personal, me sigue doliendo. No deja de ser un pavoroso sinsentido que al tipo al que los fanáticos no podían dejar solo en ningún rincón del planeta, falleciera aislado, en un pequeño baño, muriendo de a poco esperando una ayuda que nunca llegó. El hombre que lloraba la partida de sus padres murió precisamente como un niño abandonado.

En medio de tantas reflexiones, trinos, recuerdos y críticas en torno a su figura, que por estos días siempre se aumentan, una en particular me pareció significativamente valiosa. Una de sus hijas, de esas que los hinchas siempre conocimos, respondió a un trino que hacía alarde de los puntos dolorosos de la vida del 10, de sus más rastreros errores. En la respuesta, la hija acongojada sacaba una frase digna de su padre: cada uno tiene al Maradona que se merece.

Y sí, cuando el hombre ya no está, el mito o el recuerdo que cada uno alberga es proporcional a su esquema de valores, a su necesidad por ver en esa figura algo que añora, algo que admira o algo que aborrece y crítica.

Yo, por ejemplo, en Maradona resumo la venganza picara del humillado que contra todo pronostico logra derrotar al malvado. Como el gol de Berrío al minuto 94, como el tiro libre de René, ese milagro efímero que nos regala el fútbol para plantarnos frente al malo y gritarle gol hijueputa.

Pero el Diego es también sus sombras, sus errores, sus caídas. Claro, es humano. Y precisamente por eso es que su desenlace me duele, porque a su historia se le puede dar el romanticismo de aquello que buscamos tenga heroicidad, de esos cuentos bonitos a los que nos aferramos para convencernos de que la vida es bella. Pero no a él, no es un dios, no es un ser perfecto, no es un ejemplo ni una guía a rajatabla. Zafémosle de esas cargas y tratemos de disfrutar de las venganzas que nos dio a los de abajo.

Yo extraño a ese loco 10 bajito como si fuera mi amigo. Porque la historia de Diego es la del amigo de todos los futboleros.

Ojalá esté abrazado a la Tota y a Chitoro.

Ánimo.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-henao-castro/

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