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El Concejo de Medellín, como tantos otros órganos de representación política, tiene una enorme crisis de confianza y prestigio. Un lastre que carga desde hace ya años y que no empezó, como lo creen algunos con el «síndrome de Quintero», la versión paisa y antagónica de la creencia de que todos los males de Medellín llegaron con ese individuo. Ese apuro reputacional parece estar lejos de resolverse y lleva a muchos incautos o enemigos de la institucionalidad a cuestionar la pertinencia de estos espacios.
Hace un año, por esta misma fecha, decidí escribir una columna sobre el Concejo de Medellín, sobre la esperada renovación que llegaría con las elecciones y la necesidad de tener un espacio de pluralidad, control político y planeación de política pública. Y es que sobre esa entidad recaía un enorme repudio por parte de muchos ciudadanos que veían cómo el cabildo le entregó, en carta blanca, las facultades al exalcalde para hacer y deshacer con el poder que encontraba poco contrapeso en ese recinto. En efecto, ese cambio ocurrió, tanto en el Concejo como en la Alcaldía.
Aunque la salida del quinterismo le dio a la ciudadanía un respiro en una batalla que había sido sin tregua, la recomposición de las fuerzas en el tablero no fue transicional ni moderada. Por el contrario, fue un castigo claro y directo, y se impuso la opción de repetir fórmulas del pasado «renovadas» en el discurso, con las luchas que demandaba el presente. Federico ganó holgado y con un reconocimiento que le permitió también capturar el espacio natural de contrapeso institucional, el Concejo. Con la pírrica oposición de José Luis Marín y del, hasta la semana pasada, concejal Juan Carlos Upegui, el alcalde tramitó sus iniciativas de acuerdo en el cabildo con poco sobresalto. Ahora que ha perdido un opositor —además, en las condiciones en que se va Upegui— y en favor suyo se da la llegada de una persona más a su coalición, Fico cristaliza, pletórico, su hegemonía como gran gamonal en Medellín.
Más allá de eso, y de lo preocupante que resulta para el sistema de frenos y contrapesos —tema sobre el que espero volver en otras columnas—, lo que más me preocupa hoy de esa entidad es que carece de norte, de relato y, sobre todo, de dignos representantes de la ciudadanía. Basta ver las reacciones, incluso del mismo presidente de la corporación, ante el fallo de lo contencioso administrativo que deja sin piso la curul de oposición. Como un grupo de bravucones, salieron a evidenciar su falta de decoro y altura para conducir la agenda política del distrito.
No es la primera vez. Llevamos ocho meses viendo a diario cómo ese tinglado, otrora espacio de deliberación, es la arena donde esos personajes emulan el tono contestón y policiaco que marca su estética partidista. Un tono que, además, les genera bastantes «likes» en sus redes, pero que, en el fondo, poco aporta a una ciudad con desafíos enormes que requieren rigor para la planificación y ejecución. Vamos mal con este concejo, muy mal. Nada importante parece que pasará allí. Faltos de iniciativa y criterio, lo que resta del cuatrienio veremos a un segundo gabinete presto a avalar, cual notario del alcalde, lo que pase por sus manos. Para ellos, desde que quede tiempo para la foto y el «reel», que venga lo que tenga que venir, porque no se deben a sus electores, se deben a los algoritmos y a sus vanidades.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/samuel-machado/