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“Intoxicación masiva: consejeros de juventud fueron alimentados con comida en mal estado y exigen garantías” “Consejeros de juventud resultaron intoxicados tras consumir “hamburguesas en mal estado” “Piden renuncia de la alta consejera para las juventudes por intoxicación masiva en evento”
Estos son algunos titulares que aparecen cuando alguien busca “Consejeros de juventud intoxicados” en el buscador de noticias de Google, en los que se relata lo ocurrido durante Diciembre de 2022 en Medellín mientras se realizaba la “Asamblea Nacional de Juventudes”, obligada por las leyes estatutarias de participación juvenil, y que congregaba a más de jóvenes de todas las regiones de Colombia.
Fue la primera asamblea nacional de este tipo en la historia del país donde se reunieron los principales representantes de consejos y plataformas municipales y departamentales de juventud a discutir la agenda del país, a la que asistieron 12 consejeros nacionales y más de 600 jóvenes.
La logística fue pésima y la metodología inerte. Además, no asisitió el presidente de la República, que estaba invitado y confirmado. Solo al final, el sabor y las letras de Herencia de Timbiquí logró calmar los ánimos de lo que se había convertido en una batalla campal.
¿Realmente nos importa lo que los jóvenes están pensando, sintiendo y haciendo? ¿O solo les hemos creado una ilusión llamada participación juvenil para que se aíslen en sus propias conversaciones, se revienten por la discusión de bajos presupuestos y se agoten en metodologías de conversación e incidencia que no sirven para nada? Decía una poderosa líder juvenil de la ciudad, Cape, que “es como cuando el primo mayor le entrega a uno el control del Play y uno le gana, pero el control no está ni conectado”. Eso es la participación juvenil.
Creamos tres instancias de participación (consejos, plataformas y asambleas), con numerosas responsabilidades y funciones, que se convierten en consejeras de la una a la otra, pero que no llegan a nada, y cuando se intentan organizar en unas supuestas “Comisiones de concertación”, solo se limitan a dialogar sobre un porcentaje del presupuesto destinado a juventud. Les timamos, no los estamos escuchando, solamente los mantenemos en la ilusión de que sus palabras son importantes.
Las instancias de participación son inútiles; están creadas para mantenerlos en un jueguito mientras el mundo adulto toma las principales decisiones. Este mundo adulto se niega a reconocer que hay una nueva generación que tiene las posibilidades de pensar más allá de las formas establecidas. Les temen, no los entienden y les quieren controlar. Y peor aún, muy pocos se han dado cuenta de lo mal que la están pasando.
Es real que hay una disminución en la calidad de vida de los jóvenes de Colombia desde hace varios años, no es un juego ideológico. Diversos indicadores muestran que sus condiciones de vida en lo referente a empleo, educación y salud mental, por ejemplo, han disminuido. Uno de cada dos estudiantes se salen en octavo y noveno del colegio, y no cursan la educación media; los jóvenes siguen teniendo el doble de la tasa de desempleo que los adultos, y la peor parte se la llevan las mujeres jóvenes. Además, este rango etario representó el 38% de los suicidios ocurridos en el año 2020. Su mundo material e inmaterial se puede desmoronar, así como el nuestro, si no les escuchamos y les involucramos.
Nos encanta decir que son la generación del cambio, que son jóvenes por la vida, o que son nuestro futuro, pero si de verdad estamos comprometidos con insertar las visiones de los jóvenes en las principales decisiones del país, démosles espacios de poder verdaderos. Por ejemplo, podrían tener -desde los Consejos y Plataformas- un asiento en las juntas directivas de los entes descentralizados públicos claves para su desarrollo y bienestar, allí donde llega la información de calidad y donde se toman parte de las decisiones más importantes de nuestra administración pública.
¿No sería valiosa la visión de los jóvenes emprendedores sobre el empleo y creación de empresa en las juntas directivas de la Agencia de Cooperación Internacional o de Ruta N? ¿No serían importantes las discusiones que pondrían los jóvenes estudiantes, los artistas, los deportistas en las juntas directivas de Sapiencia, el INDER, INDEPORTES o el Instituto de Cultura y Patrimonio de Antioquia? ¿Acaso no sería fundamental la veeduría y el control social que los jóvenes pueden hacer desde las juntas directivas de Metroparques, Plaza Mayor, Activa y Metrosalud?
No nos engañemos, no estamos viviendo una época de cambios, esto de verdad, es un cambio de época, de una nueva generación con otras sensibilidades, formas de comprender el mundo, creativa, espiritual, con energía y en búsqueda de un mundo mejor. Eso fue lo que nos demostraron en el estallido social o en el paro nacional.
Fue lo que pintaron en los muros cuando gritaron “Poder plebeyo”; fue cuando, con digna rabia, se dedicaron a defender a los suyos desde una Primera Línea; fue cuando nos cantaron por los amigos que vieron que se quedaron pateando piedras mientras otros terminaron con laureles y futuros; fue un gesto, un gran gesto de dignidad, de amor y de propósito colectivo. Si somos capaces de entender eso, de ver más allá de nuestros prejuicios, de soltar nuestra vanidad tecnocrática adulta, si somos capaces de eso, vamos a asistir a una nueva era en la humanidad.
No romantizo las juventudes, están viviendo su propio proceso, y el papel de la sociedad en su conjunto, representada en sus figuras y sus instituciones, es rodear, comprender y abrazar ese proceso. Pero no podemos hacer eso si los aislamos de nuestras conversaciones principales, de los espacios de poder; ahí es donde más deben aprender cómo sortear el mundo que esta generación de adultos le entregará, para que comprendan la dimensión compleja de esta época.
Basta ya de prometerles que sueñen si no les damos realidad; basta ya de decir que son valiosos e importantes si no les cuidamos. Es momento para que los actores de poder, desde el lugar en el que estén, recuerden que hubo un grito, pero que detrás de ese grito hay una caricia, hay un susurro que nos está diciendo: estamos juntos en esto.
Ellos son nuestra esperanza.
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