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La maldad tiene tantos rostros. Pero todos, no puede ser de otra manera, son humanos.

¡Qué puta es la guerra!, le hace decir Hemingway a Anselmo en Por quién doblan las campanas. No recuerdo ya qué era lo que había ocurrido cuando lo dice.

Lo peor de nuestra especie está allí, en la guerra, que es a la vez el motor de la historia. Y sin embargo…

Hay tres soldados israelíes caminando en la azotea de un edificio en Qabatiya, una de las ciudades de Cisjordania. Hay, también, tres cuerpos sin vida, tres cadáveres. Palestinos, es de suponer. Los soldados los halan, los empujan, los patean hasta lanzarlos hacia abajo, donde una retroexcavadora trabaja removiendo la tierra.

A la vuelta de unas semanas se cumplirá un año del inicio de esto que llamamos guerra, pero que no es otra cosa que un genocidio en vivo y en directo. Aunque aún hay quienes defienden lo que está haciendo el estado de Israel, hay quienes lo justifican, hay quienes están de acuerdo.

Son sordos a lo que recuerda de vez en vez Amnistía Internacional: «Las fuerzas israelíes siguen vulnerando el derecho internacional humanitario y aniquilando familias enteras con total impunidad». No pasa nada, pero hay que seguirlo diciendo, para que quede registro, por lo menos, de que vimos al gobierno de un país borrar del mapa a una sociedad entera y no pasó nada, el mundo siguió siendo el mismo. Apenas algunos alcanzamos a decir: ¡Qué horror!

La ONU, por su parte, dice que todo es extremadamente preocupante. Otro informe del mismo organismo advierte que Israel está usando el agua como arma de guerra. Y podríamos agregar que el hambre y la falta de suministros y todo lo que sea susceptible de alterar para generar daño.

¡Qué puta es la guerra! Sobre todo cuando se ensaña con unos pocos. En especial cuando bombardean hospitales, escuelas, campos de refugiados. Dice el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia: «Desde el 7 de octubre (de 2023), en la Franja han muerto más de 16.756 niños, al menos un millón han sido desplazados, 21.000 están dados por desaparecidos, 20.000 han perdido a uno o ambos progenitores y 17.000 se encuentran solos o separados de sus familias».

Acostumbrados como estamos a banalizar el mal, esta guerra parece cada vez más lejana y ajena, y se nota porque ha ido perdiendo presencia en las primeras páginas a no ser para celebrar como  inteligencia israelí lo que se consideraría terrorismo si lo hace cualquier otro actor de este conflicto.

No pasará nada, ya está claro. Seguiremos enterándonos de que la maldad y la sevicia se pasean por los restos de lo que fue Palestina, porque ya ni la intentan esconder. Alguien todavía dirá que es en defensa propia. Antisemita seguirá siendo el argumento fácil de esgrimir por quienes se resistan a aceptar que este horror, esta maldad, es quizá la manera del hombre de estar en este mundo. Y que ser víctima no le impide a nadie luego volverse victimario.

Escribió Zweig, cuando creyó que los nazis ganaban la guerra: “Mando saludos a todos mis amigos. Ojalá vivan para ver el amanecer tras esta larga noche. Yo, que soy muy impaciente, me voy antes que ellos”.

Hubo un momento en que parecía que iba a brillar el sol, pero ya ven, sigue siendo de noche siempre en algún lugar.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/

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