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Si tuviera a la mano una varita mágica -mango de madera labrada, color caoba y punta de estrella- que le permitiera eliminar un problema en Colombia ¿cuál sería? La lista podría ser larga y las discusiones complejas; costo-beneficio, urgencia o justicia serían criterios necesarios para la decisión. Es una única oportunidad y la priorización se puede volver angustiante, pero es probable que muchos otros colombianos, dada esta ficticia y extraordinaria posibilidad, escogerían la corrupción.
En lo que comprendemos socialmente como corrupción hay matices y vueltas canelas de significado, pero en general, se habla de corrupción respecto al incumplimiento de una expectativa de comportamiento, casi siempre público y regulado, en el que se aprovecha una oportunidad de beneficio propio en detrimento de otros. Así, puede ser el favorecimiento de un proponente en una licitación para luego cobrar coimas es corrupción, las dinámicas del clientelismo e incluso, la decisión de no facturar una venta para evadir el impuesto al consumo. La grande, la mediana y la pequeña, esa es la corrupción que intentarían eliminar los colombianos con su varita mágica.
Lo digo porque fue precisamente uno de los temas más conversados por los más de 5.000 colombianos y colombianas que dialogaron en las sesiones de Tenemos que hablar Colombia, la iniciativa de participación ciudadana masiva y rigurosa adelantado por seis universidades en el segundo semestre de 2021. También es el tema central del primer informe especial de la iniciativa, que explora los valores, emociones, fines, recomendaciones y responsables del cambio identificados por parte de los conversadores respecto a la lucha contra la corrupción (Aquí pueden ampliar información de los resultados).
En el análisis de las conversaciones encontramos que, aunque hay cierta confianza en la política como mecanismo de transformación social, pero que el diálogo sobre política está centrado en su relación con la corrupción y el principal valor que las personas asocian al cambio en la manera cómo resolvemos asuntos públicos es la legalidad. La corrupción se concibe como producto de ciertas dificultades institucionales y problemas de las reglas de juego, pero, sobre todo, los participantes señalaron su incrustación en la cultura, tanto en la manera cómo los colombianos de a pie nos relacionamos con las normas, como en la forma cómo se comportan los políticos y se toman decisiones colectivas.
No es sorprendente entonces que sean las instituciones públicas y los actores políticos a los que peor les vaya en las preguntas sobre confianza, tampoco, que la conversación sobre cambio social esté llena de referencias a la frustración de una agenda ciudadana urgente a la que se le atraviesa la corrupción en la política. La complejidad del problema también supone que los colombianos y colombianas que conversaron propongan soluciones que incluyen lo normativo, como mayores penas y procesos para castigar la corrupción, lo institucional, como la reforma a los entes de control, y lo cultural, como la promoción de agendas de ética pública y control social para ciudadanos.
Pero, sobre todo, la corrupción es vista por los conversadores como el principal obstáculo para resolver la lista larga de problemas que enfrenta el país. La agenda para enfrentarla es percibida como un paso inicial, sino fundamental, en la posibilidad de desarrollo de Colombia. Aunque a falta de varita mágica, quedamos todos los otros, y nuestro sentido profundo de urgencia, porque como denunciaba hace cientos de años Plutarco sobre la corrupción:
Ten presente que el que se lucra de los fondos públicos es un saqueador de templos, de tumbas, alguien que roba a sus amigos, a traición, por falso testimonio, es un consejero sin crédito, un juez perjuro, un magistrado venal, alguien, en definitiva, que no tiene las manos limpias en un solo crimen[1].
[1] Plutarco (2009). Consejos políticos / Sobre el exilio. Madrid: Alianza Editorial (pp. 156).