Escuchar artículo
|
Estaba en un lugar mágico de la Sierra Nevada de Santa Marta, conociendo Kantinwrwa, una comunidad Arhuaca que solo con entender el significado profundo de su nombre ya tenía una promesa de magia. Fue un privilegio estar ahí.
“Teniendo en cuenta que la Sierra Nevada es una composición de sitios, montañas, lugares sagrados; cada lugar cumple una función y esa función hace parte del equilibrio de la Sierra, de la cultura. Kantinwrwa se deriva del nombre de la montaña que guarda la florescencia de toda clase de árboles, vegetales, alimento, frutos… donde se guarda el conocimiento del manejo de la florescencia”, me explicó Jaison, un amigo Arhuaco que nos condujo a ese lugar.
Para los Arhuacos, todo tiene un significado profundo. Nada se nombra ni se dice trivialmente. Tal vez por eso hablan poco, porque entendieron que no solo las palabras comunican y que todo está conectado a un nivel más profundo. Saben que esa montaña es la guardiana de las semillas, del alimento, de los árboles y de los bosques nativos que conservan los suelos, que albergan nuestra biodiversidad y que le dan un orden espiritual a la tierra.
Tuve la fortuna de compartir con niños y niñas de la comunidad. Jugamos; nos reímos sin hablar mucho; le hicimos un mandala a la tierra; recorrimos la huerta mirándonos con curiosidad y respeto; fuimos al rio y nos bañamos en silencio. Intercambiamos pocas palabras porque sobraban. Nos miramos con mucha curiosidad en silencio para sentirnos y escuchar el corazón.
Hice el mandala solo con las niñas y cuando terminamos, naturalmente, empezamos a rodearlo; las invité a agradecer y empecé dando gracias por conocerlas. Después una a una dieron las gracias: por las flores, por los ríos, por la tierra, por las piedras, por la arena, por las mariposas, por los árboles. Dieron gracias tímidamente por todo aquello que a otros les resultaría pequeño, irrelevante o estéril.
Entendí que desde niños su conexión más sagrada es con la naturaleza, que sus vínculos con ella son tan íntimos que su gratitud más profunda es con la tierra. Entendí que la montaña los cuida y que ellos cuidan a la montaña y a todos nosotros, siendo guardianes de las semillas, que nutrirán el futuro.
“El futuro es el origen”, me dijo Jorge, un personaje que conocí más adelante en otro lugar mágico de la sierra. Él trabaja con los Koghi, otra comunidad indígena de la Guajira que también está llena de la sabiduría de los pueblos Tayrona. Él venía de vivir una experiencia más cercana a la muerte con las comunidades, pero traía la misma lección que otros ya me venían enseñando en estas tierras: que estos pueblos y estas montañas son el futuro, que no hay nada más importante que aprender a vivir como ellos, para que haya armonía entre pueblos y una vida humana que comprenda la importancia de la naturaleza.
Los cuatro pueblos Tayrona -Arhuacos, Koghi, Wiwa, Kankwamos- protegen el conocimiento de sus comunidades rodeando la Sierra desde la parte baja con pueblos talanquera que conviven con los campesinos, los turistas y los locales; más arriba hay otras que protegen los últimos anillos en donde están comunidades en aislamiento voluntario, llenas de poder y sabiduría, que viven más cerca a la cima.
Abajo se resiste con más o menos suerte a los “hermanitos menores” (nosotros), para evitar que subamos a una tierra que no debe ser invadida de nuestros caprichos infantiles que tienen al planeta agonizando y que rompió la armonía entre pueblos. Una forma de pensar que extrae y no regenera, que consume sin intención ni necesidad, que caza por lujo, que no proteje al más débil, que no conversa sino que impone; que sólo es movido por el mundo de la razón; que tiene prisa todo el tiempo y por eso se tropieza; que le pone precio hasta al amor; que todo lo cualcula para que alguien pierda; que habla demasiado y hace poco; que se deshace de los viejos; que dosifíca la compasión y la solidaridad; que tiene pereza de tocar la tierra para cultivarla, que tiene miedo de la noche y por eso no ve las estrellas .
Hay que evitar que estemos cerca con tantas “ideas productivas e innovadoras”. Ideas que pensamos en ciudades, que no hemos compartido ni consultado con ellos que son los guardianes de esa tierra desde hace siglos. Supone uno que deben saber más de ella que nosotros que, si mucho, somos peregrinos y aventureros. Por supuesto nos podemos acercar a aprender y a crear vínculos para trabajar juntos, pero con humildad, sin prisa, con el corazón abierto y mucho más silenciados.
De ellos hay que aprender a cuidar y respetar la vida, a entender la conexión entre todo lo vivo, a tener cotidianidades conscientes, más que grandes discursos; a pedir permiso antes de hacer cualquier actividad, antes de entrar a una casa ajena, como lo hacen en los kadukos que se encuentran en la entrada de cada casa y comunidad, que son una serie de piedras en círculo donde se sientan antes de entrar para ordenarse, limpiarse y pedir permiso.
Podemos aprender de ellos que el bienestar es rentable y colectivo, que la mayor riqueza no es extraer, sino multiplicar; que los acuerdos se honran, que hay que cuidar el pensamiento como ese primer lugar sagrado donde se tejen las acciones; que a la tierra se le devuelve con devoción; que los acuerdos toman tiempo; que a los mayores se les escucha; que el cuidado de los niños es de todos; y que los ríos, las piedras, las montañas, nos hablan todo el tiempo y hay que aprender a escucharlas.
La Sierra es fuerte y habla claro, pone límites y saca a todo aquel que entra en ella sin permiso, tiene ciclos contundentes para mostrarnos su fuerza y esto lo saben los pueblos Tayrona, que como sus guardianes, la escuchan, la respetan infinitamente y no tienen sobre ella la mirada de la productividad, sino de la abundancia. Pero a nosotros, los hermanos menores, todavía nos falta entender con profundidad lo que significa la fuerza de la tierra, la importancia de conocer sus ciclos, de trabajar con ella y no en su contra para que todos tengamos una casa abundante y próspera.
No romantizo a las comunidades indígenas, pero sí respeto su conexión y sus formas de vida comunitarias. Creo que en los pueblos originarios está el futuro, la resiliencia al cambio clímatico, la tradición espiritual para mantener el orden de las comunidades, el alimento para la humanidad y las formas de vida no violentas. En ellos está todo eso que queremos crear desde los liderazgos urbanos y rurales y que no hemos sabido cómo manifestar de manera sostenida en el tiempo.
Su conocimiento es nuestra identidad, por eso hay que conocer quiénes somos para que desde ahí empecemos a construir una nueva historia de este país que parece haber olvidado de dónde viene y lo rico que es.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juana-botero/