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Él nunca quiso ser un mártir. De hecho, carece de ese semblante agitador y presto a la confrontación que tienen aquellos dispuestos a dar su vida y su libertad por “la causa”. El suyo es uno más bien sereno, reconfortante, de abuelo alcahueta, de hombre silente al que la vida y el oficio le han dado la sabiduría para conducir, con más inteligencia que bríos, las disputas enrevesadas. No quiso ser mártir ni tampoco candidato, al menos no en un principio. Los años de actividad frenética, de mediación diplomática y de funcionario público habían quedado atrás hace casi dos décadas, y a sus más de setenta años, lo último en lo que querría involucrarse un hombre que alterna sus días entre la academia y su rol de padre, esposo y abuelo es en un camioncito destapado, una moto o una lancha para recorrer el país entero conquistando electores y enfrentándose en las urnas a un dictador criminal y sanguinario.
Así le cambió la vida a Edmundo González Urrutia en unos cuantos meses. De abuelo y diplomático retirado, pasó a ser el candidato único de la plataforma opositora Unidad Democrática, presidente electo por una abrumadora mayoría, hasta llegar al punto actual: el exilio, con estatus de asilado político. Después de un mes en paradero desconocido, asediado y acusado, a Edmundo le tocó huir, junto con su esposa, en una de estas madrugadas hacia Madrid, donde los esperaban sus hijas y nietos. Esto se debió a la inminente captura y presidio, sofocado por la persecución jurídica, policial y paramilitar del régimen. Él, el presidente legítimo, ahora tiene que rehacer su vida lejos de su país; claro, con más comodidades y facilidades que sus compatriotas, quienes cruzan trochas y pasan dificultades, pero lejos de la patria, al fin y al cabo, que con o sin prerrogativas, no por disposición propia, sino arrojado por los hechos, es una tremenda tragedia.
Esa situación de González y su familia es también la del éxodo que viven 8 millones de venezolanos que han dejado sus casas, tierras, familias y vidas, que han salido del país desde hace años buscando las condiciones justas, dignas y decentes que no tienen en el país por el que trabajaron. De forma burda y delictiva, un puñado de corruptos, al mando de un militar defenestrado y resentido, y después de un bufón iletrado, fueron quitándole todo al pueblo mientras acumulaban ceros en sus cuentas de paraísos fiscales.
Ahora, con la tranquilidad que le brinda el mundo libre y, claro, con los honores y responsabilidades de su cargo, el presidente electo no solo debe juramentarse el 10 de enero ante sus compatriotas (ojalá en Caracas, pero de no ser posible, en la Puerta del Sol de Madrid, junto a cientos de miles de venezolanos en el exilio), también debe ir de gira por el mundo como jefe de Estado, ejerciendo toda la presión posible y buscando los apoyos necesarios para que esa dictadura nefasta caiga y Venezuela pueda enrumbarse definitivamente hacia un destino democrático. La partida de González Urrutia al exilio es fundamental para preservar su vida, libertad e integridad, y también para la gestión diplomática y la constitución del nuevo gobierno. Venezuela resiste. Hasta el final.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/samuel-machado/