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El presidente Gustavo Petro había sido opositor durante gran parte de su vida. Sin embargo, mucho de lo que criticaba de los gobiernos anteriores lo está viendo reflejado en el suyo. A lo mejor pensó que gobernar era más fácil de lo que realmente es, pues criticar desde la tribuna siempre es más sencillo. Hoy, el Presidente entra en campaña para terminar un gobierno que, en realidad, nunca comenzó.
Tal vez lo intentó en algún momento, quién sabe si por buena voluntad o por tratar de reflejar un consenso que realmente no anhelaba. Muchos predijeron que, a medida que pasara su mandato, Petro se radicalizaría cada vez más: no se equivocaron. Actualmente tenemos un gobierno que ha puesto a muchos de sus allegados sin criterio técnico en cargos que son fundamentales para el bienestar del país. Entre ellos, Gustavo Bolívar en Prosperidad Social y Alexander López en Planeación. Tipos cuyo único mérito es ser amigos del Presidente; nombramientos que no mandan un mensaje diferente al que tanto se temió desde siempre: que Gustavo Petro no sabe escuchar; quien no haga parte de su comité de aplausos, se va.
La presidencia de Petro ha ratificado su ego desbordado. Uno creería que alguien que se lleva postulando a Presidencia desde 2010 ya habría reflexionado la responsabilidad que el cargo tiene. Pero él no parece estar pensando en alguien más que en sí mismo. Prueba de ello es que quemó la mayor parte de su capital político en una reforma de salud en la que escuchar nunca hizo parte de sus planes, creyendo que debían apoyarlo sólo por ser él.
Ahora, quiere imponer sus reformas a la fuerza, victimizándose porque el Congreso no se las aprobó. Lo que no dice es que no quiso llegar a consensos en ningún momento, porque su ego y su fanatismo ideológico no lo dejaron. Gran parte de ello lo demuestra cuando trina en X, seguramente acompañado de su “café” de las mañanas.
Petro traicionó a todos los moderados que votaron por él anhelando un cambio verdadero, vendiéndose como un liberal que no es. Quien alguna vez nombró a Alejandro Gaviria, Cecilia López, José Antonio Ocampo o Jorge Iván González en su gabinete, hoy es apoyado por funcionarios y legisladores mediocres como Cielo Rusinque y Wilson Arias, respectivamente. Aunque lo cierto es que sus allegados siempre fueron esos.
Los gobiernos anteriores, evidentemente, no hicieron que Colombia fuera como Suiza. Por eso es tan desesperanzador que un tipo que se mostró como el cambio que tanto necesitaba el país fracase de la forma en que lo está haciendo. Más aún, si no sólo se peca por fanatismo ideológico sino por quebrar y atacar deliberadamente las cosas que funcionan (o funcionaban) relativamente bien, como el sistema de salud.
En este punto, lo mejor que nos queda esperar es que el Presidente siga vociferando en sus trinos de X, mientras raya en la incompetencia para ejecutar. En otras palabras, lo mejor que nos podría pasar con Petro es que llegase al final de su gobierno sin que pase nada. Desafortunadamente, las consecuencias de las decisiones radicales que ya ha tomado causarán estragos para la posteridad.
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