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El dolor de la selva

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“–Miró por la ventana–. ¿Cómo hemos llegado a esto? ¿Cómo? Lo único que nos queda por elegir son formas distintas de terror.” Fortuna. Hernán Díaz.

“Un coro de bosque vivo le canta a la mujer: Si tu mente fuera solo un poco más verde, te inundaríamos de verdad.” El clamor de los bosques. Richard Powers.

“Desde niña escribo para no morir y no matar. (…) Para mí escribir es eso, una forma de provocar un incendio sin cometer un delito. A los nueve años escribí mi primera poesía para no morir”, dijo en una entrevista Eliane Brum, esa periodista brasilera a la que admiro, la que dejó Sao Paulo para instalarse en la Amazonia y narrar sus alaridos y su belleza, la mujer que se rodeó de peligro para denunciar la masacre de la selva —así como las atrocidades de Bolsonaro—, esa cuyas letras incendiadas sigo y agradezco.

Parece que, a diferencia de tantas banalidades, temas como el cambio climático solo son tendencia cuando nos incomodan: inundaciones en la India o la muerte masiva de delfines pasan desapercibidas, pero demasiado calor nos hace hablar de ello, aceptar su anormalidad, celebrar la lluvia. Dice Eliane Brum, enfatizando que los mensajes esperanzadores son ficción, que si no actuamos radical e inmediatamente, podemos asumir el fracaso y anunciar a los niños “que acaban de vivir el año más fresco y estable del resto de su vida”. Imaginen no poder escapar del calor nunca más.

Algunas de mis rarezas salen a relucir cuando los demás gritan ante la amenaza de un bicho y yo corro a rescatarlo de esas manos humanas tan peligrosas, tranquilizándolo en voz alta hasta confirmar su libertad; o con los chistes sobre la gallina feliz porque solo compro huevos de gallinas de pastoreo, lo que no hace mi comportamiento impecable, pero sí implica no apoyar una tortura más. Me impresiona Estados Unidos, el país más avanzado y más atrasado del planeta, con una cultura de reciclaje prácticamente nula, un consumismo y una producción de desechos difíciles de describir. El país que compra la madera talada ilegalmente en el Amazonas y en el que los pitillos siguen reinando (y las mamás sonríen complacientes cuando sus niños juegan a romperlos). «Vemos y oímos según nuestra posición, de poder o de exclusión», escribió Marta Marín-Dòmine refiriéndose a la película Zona de interés, en la que los pájaros son invisibles para los habitantes de los campos de concentración, a diferencia de sus captores, que sí los ven.

Insisto en acercarnos para entender mejor. El plano general del dolor resulta frío e inmóvil. En estos días llenos de incendios, evoquen las palabras de Eliane Brum, que vive en medio de la deforestación y las llamas de esa selva sin la que la vida sería un infierno: “Recuerdo el primer fuego cuando ya vivía allí, cuando era ya alguien distinto. Ahí entendí que estaba viendo holocaustos. Porque cada árbol es un planeta conectado a otro planeta, cada uno con millones de seres vivos. Y cuando ves que el bosque arde, tienes perezosos muriendo, jaguares muriendo, guacamayos, monos, sapos, insectos muriendo… Algunos con dolores insoportables. Asistes impotente a holocaustos. Y, al día siguiente, solo hay silencio. La selva es muy ruidosa, solo se sume en el silencio cuando ha muerto.”

¿Saben que los árboles sienten dolor? Y, si no lo saben, ¿acaso no pueden de imaginarlo? En la primera escena del documental Somos guardianes (Netflix) unos madereros brasileros talan un árbol inmenso en el Amazonas y, muertos de risa, dicen que debía tener más de 500 años. Oyendo la motosierra y viendo los anillos del tronco de ese árbol majestuoso heridos de muerte, su historia de resistencia, sabia lentitud y belleza destruidas, paré a llorar decidida a renunciar al documental a sus tres minutos. Pero pensé en Eliane, heroína con la motosierra en la garganta, y seguí viendo para honrar la necesidad de la que hablo de entender para amar más y proteger.

Contemplo una orquídea cada que me siento a comer: miro sus detalles, la paciencia de sus pétalos, el arte de su corazón. Es un recordatorio permanente de la sabiduría y la belleza sin las que no querría ni podría vivir, de mi norte y mi prioridad. Dice también Eliane —la cito, agradezco su lucidez—: “Defiendo que la Amazonia, la naturaleza, donde está la vida —y no los mercados—, son el centro del mundo. O hacemos un desplazamiento radical de lo que es el centro y la periferia o no tenemos ninguna opción de afrontar la crisis climática”.

Vivo rodeada de plantas y pájaros y abejas y mariposas, y observo las estrellas alucinando con esa posibilidad. Debería uno tener muy claras sus renuncias, de qué cosas preferiría despedirse. Por eso elijan recordatorios, para no olvidarse de la vida. Dejo estos versos de Idea Vilariño: Estos días/los otros/los de nubes tristísimas e inmóviles/olor a madreselvas/algún trueno a lo lejos/Estos días/los otros/los de aire sonriente y lejanías/con un pájaro rojo en un alambre/Estos días/los otros/este amor desgarrado por el mundo/esta diaria constante despedida.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-franco-r/

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