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Nací como una persona altamente sensible. Creo que, como muchas de las personas que somos así, existen ciertos momentos donde las emociones bullen y detonan arrasando todo. Son situaciones no planeadas, poco o muy trascendentales, que llegan a envolver nuestro corazón y nos dejan ciegos. Una ruptura, la pérdida de un trabajo, dejar de hablarse con un amigo, que el desayuno te salga mal.
Ser así de sensible es, ciertamente, algo así como una enfermedad. Sentir tanto se puede volver incapacitante, genera náuseas, mareos, dolores de cabeza y estreñimiento, incluso en aquellos casos donde las emociones que surgen son positivas. Lo menos grato de la situación ni siquiera tiene relación con ese malestar, sino a lo incomprendido y solitario que se puede sentir el ser así.
No es tan fácil de asimilar que una no sea capaz de sentir menos, de amar menos, de entregarse menos a las personas, los proyectos, las pasiones, los dolores y los objetos. Puede ser malentendido el hecho de que seamos de lágrimas flojas, que deseemos ver todo el tiempo bien a los otros, que nos afecte más allá de cada dolor. Puede pasar por debilidad, inmadurez, incapacidad; puede que, incluso, el hecho de sentir tanto, borre a los ojos ajenos el resto de características que cargamos.
“Es que tu eres muy sensible” suele salir de las bocas de forma peyorativa. Es una queja, un señalamiento que comprendo pero que me aisla. Y es que uno, así lo desee, no puede separar el cuerpo emocional del físico. Yo soy porque siento, siento porque vivo y experimento esta existencia ¿Qué sería de cada persona altamente sensible, y de los seres humanos en general, sin la capacidad de vincular todo aquello que nos rodea con algún sentimiento?
Soy consciente de que, por ejemplo, el dolor y el sufrimiento que conlleva aceptar mi condición emotiva es alto, pero prefiero vivir así que desconocer la profundidad con la que un ser humano es capaz de existir. Porque por cada emoción negativa que vivo, existe una señal de que una mejor en algún momento me abarcó.
Sentir es un recordatorio de que estoy viva, de que existen personas que consciente o inconscientemente mueven fibras en mí y de que la existencia, así sea gracias al único placer de llorar, amar y reír, cuenta con un sentido del cual no me quiero privar.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/mariana-mora/