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Yo no viví la explosión del internet. Conocí los VHS, los CD, los fliphones y un WiFi lento que se demoraba en cargar los vídeos de YouTube que ansiaba ver. Fueron parte de mi día a día, y recuerdo que el lujo más grande que tuvimos en mi casa fue un reproductor de CD portátil de mi hermana que usábamos para ver películas en camino al oriente. Tenía unos parlantes que hablaban ahogados, a los que muchas veces tocaba acercar a la cabeza en los momentos más silenciosos de las películas para ver si alcanzábamos a captar el diálogo punzante de la última película de Disney.

También me acuerdo de la primera vez que vi un iPhone, en una época donde predominaban los BlackBerrys y cuando empezaban a asomar el cuento de los memes con el cuento del «dame tu pin». Lo recuerdo con facilidad. Un mundo donde ya la tecnología nos rodeaba, pero no de la forma tan absoluta como lo hace hoy. Es difícil pensar en qué momento nos volvimos tan dependientes de tantos aparatos y de tantas formas. Ojo, no me quejo, los disfruto de muchas maneras. De más buenas que malas. Soy un creyente en el poder de la tecnología. Es lo que me ha enseñado la mayoría de las cosas que sé; dependo de ella para formar mis opiniones, investigar, trabajar, estudiar y hasta para escribir todas mis columnas.

Lo que pienso ahora es que el cuento de la inteligencia artificial va a ser un fenómeno parecido. Va empezando lento, se empieza a colar de manera callada en nuestras vidas, hasta que, sin darnos cuenta, tenga repercusiones gigantes y se vuelva un foco importante de la conversación mundial.

Las redes sociales todas son adolescentes o adultas, literalmente. El iPhone se volverá un adulto el próximo año, y Google ya está en la segunda parte de sus 20s. TikTok es quizás la única excepción, que sigue siendo un niño de 8 años. Ya ninguna de estas tecnologías es inmadura ni es novedosa en la vida de nadie. La novedad, muchas veces, es encontrar a alguien sin redes sociales o sin celular. El foco lleva mucho tiempo en el internet, los celulares y las redes sociales. Ha intentado desplazarse a otros personajes en el escenario como las criptomonedas, la impresión 3D y los NFT, pero no hemos logrado despojarnos del protagonismo de estas tres tecnologías profundamente disruptivas. Pero creo que por fin les llegó la hora de compartir el escenario, y de forma permanente.

Encontré un comentario en Reddit de hace tres años que muestra la rapidez con la que se está moviendo este cuento. Un usuario, probablemente aburrido en la pandemia, comentó: “Imagínense en unos años cuando podamos crear videos fotorrealistas a partir de unas oraciones. La inteligencia artificial es una locura”. El comentario recibió 3 downvotes y una respuesta, tajante y burlesca: “¿‘Unos años’? Oiga, texto a vídeo no va a pasar en nuestras vidas amigo, y mucho menos fotorrealistas. Quizás eso le llegue a nuestros nietos”. Dos años después, existía ChatGPT, ese monstruo que es capaz de escribir mejor que yo, que se ha leído todo mientras yo me quedo dormido, y es un experto en temas de los que no me sé el nombre. Y casi cuatro años después, la misma compañía anuncia Sora, una inteligencia artificial capaz de evocar videos de hasta un minuto a partir de unas oraciones. En cualquier estilo, de cualquier cosa, y capaz de tomar cientos de decisiones creativas. Y la realidad es esta: esta tecnología está en su peor estado jamás. Solo va a mejorar.

Entonces sí van a haber repercusiones, van a llover. La IA se va a volver una conversación tan frecuente como la de la invasión de privacidad de las redes sociales, la adicción de los niños a TikTok y la amenaza a nuestras democracias por la desinformación. Y, tal como Zuckerberg no podía prever las consecuencias de las líneas de código que escribía desde su cuarto en Harvard, creo que Musk, Pichai y Altman no imaginan los problemas que van a desatar. Ya podemos avistar los obvios: los deepfakes, los trabajos que se perderán, por dar ejemplos. Pero, lo que más me intriga a mí, son las consecuencias imprevisibles de una tecnología tan novedosa, tan loca.

La Inteligencia Artificial se seguirá desarrollando. ¿Cómo? No es algo que sepa ni en lo que podamos incidir. Pero sí nos toca aprender y entender que ni en Colombia nos vamos a salvar de las repercusiones de que haya algoritmos capaces de crear lo que la imaginación humana comande y más allá. Por ahora, solo sé que ya estoy en la etapa en la que uso ChatGPT todos los días (va a corregir esta columna, aunque le aseguro que las ideas son mías, es una discusión para otro día), y que solo seguirá volviéndose más y más importante en mi vida.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-felipe-gaviria/

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