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Los últimos días he pasado más tiempo en internet de lo que suelo pasar. Días, que si bien solo constan de unas cuantas horas, han logrado afectar más de lo que creería mis pensamientos, y con ello, mis emociones, instintos físicos y deseos.

Mi cerebro, y en general el de todos que puedan estar leyendo esto, está bombardeado constantemente de información de la cual no es tan sencillo refugiarse. Una opción poco realista sería ocultarnos del internet, pero para ello tendríamos probablemente que renunciar a lo que es gran parte de nuestras vidas citadinas: el trabajo, que cada vez es más digital, nuestras interacciones diarias con nuestros círculos más cercanos, la información sobre lo que sucede en nuestro pueblo, barrio, ciudad y país, e incluso, cosas tan básicas como un registro ciudadano, una cita médica o el envío de un mensaje.

Huir solo dificultaría todo, pero el precio por facilitar nuestra existencia cobra mella en todas nuestras dimensiones humanas. En la actualidad, parte de nuestras expectativas, ilusiones y sueños se diferencian mucho a lo que solían fantasear nuestros padres y abuelos; una gran parte se debe a la brecha generacional, pero otra corresponde meramente al internet. Nuestros deseos no nos son tan propios como queremos hacernos creer.

Cuando pensamos en nuestros anhelos lo hacemos, en la mayoría de los casos, pensando que el libre albedrío es quien los ha generado; los miramos desde la autonomía y la independencia. Pensamos entonces que todo surge de nuestro corazón, de deseos profundos que nos acompañan porque tienen todo el sentido, porque se respalda en nuestra historia y nos brindarán felicidad.

La creencia de que mis deseos son completamente míos es lo que el científico social francés René Girard identifica como ‘La Mentira Romántica’. Aquí, me convenzo de que encontraré satisfacción objetiva a lo que quiero, y que ese querer sale de mi alma y/o corazón. Cuando elijo algo que parece no despertar el deseo en otros, comienzo a dudar si he tomado la decisión correcta, porque sí o sí mi deseo depende de los “modelos” de deseo ajeno.

Con esto me refiero al deseo mimético, el cual se define como un anhelo que se basa en los deseos de los demás. Un ejemplo son muchas de las ideas, expectativas y proyecciones que tengo a futuro, que pienso que son abrumadoras por la infinidad de posibilidades, cuando a la larga todos terminamos teniendo “modelos” similares de pensar respecto a lo que creemos nos satisfará a futuro. Siento que todo está en mis manos y estoy siguiendo mi propio camino, cuando el camino que busco está trazado por los recorridos ajenos.

¿A qué aspiraría si no tuviera cuentas en redes sociales, si mis amigos no fueran citadinos, y si dejase de navegar por la tv?, ¿realmente cuánto de lo que pienso es mío, que nace, se desarrolla y muere en mí? Instagram, Twitter, Youtube, G-mail. Todos los días lo que leo está moldeando mis pasiones y ambiciones, y cada vez, de forma menos consciente, me hago menos mía.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/mariana-mora/

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