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Al ver las imágenes del terremoto ocurrido en Siria y Turquía recuerdo que la tragedia de los demás es la tragedia de todos. Podemos hablar diferentes idiomas, habitar lugares de la tierra separados por franjas, pensar distinto y creer en dioses con otros nombres, pero la capacidad de sentir es la misma en cualquier lengua y en cualquier religión.

Hace unos días, me vi la película Espíritu libre en Netflix, sobre la capitana australiana de dieciséis años que navegó en su velero sola durante 210 días para darle la vuelta al mundo y convertirse en la persona más joven en lograrlo. En uno de esos momentos difíciles en alta mar Jessica recuerda una de las lecciones de su maestro marinero: “La naturaleza no nos habla, ella simplemente se mueve y nosotros estamos ahí estorbando”. No se trata de que los humanos nos extingamos, pero sí deberíamos pensar en cómo habitar mejor este planeta compartido, haciéndolo de forma más amigable, responsable y respetuosa con todos los demás seres vivos y con el medio ambiente.  Tenemos que preguntarnos cuáles de nuestras acciones nos han hecho cruzar los límites de la tierra y lo que tiene para ofrecernos. Tengo una amiga que cada tanto me dice que le da mucha rabia y desconsuelo cuando se entera de que sacrificaron a un oso, a un tigrillo o a un lobo, porque estaba “aterrorizando a la comunidad”. “Es que los humanos no hemos entendido que quienes invadimos su hábitat fuimos nosotros”.

Cada vez que hay un desastre natural o un acto de terrorismo contamos muertos, víctimas, sobrevivientes, damnificados, huérfanos; hacemos cálculos de cuánto costará subsanar los daños y en cuántos meses la vida volverá a la normalidad. Creemos controlar el tiempo, porque sabemos que el tiempo pasa no importa qué. Olvidamos que esos sucesos son más que eso: son vidas humanas, tienen rostro, nombre, una historia, una familia, unas raíces, y que, por más que los gobiernos actúen con eficacia y celeridad, la existencia ya queda afectada para siempre, la vida no vuelve a ser la misma, las prioridades y las rutinas quedan definitivamente trastocadas. Basta con ver las imágenes de los rescatistas transportando bebés en el avión presidencial para llevarlos a Ankara y comenzar la búsqueda de sus familias, para entender que una tragedia se convierte en miles de desdichas que definen el destino de millones de personas.

Desde donde estoy veo los videos y fotos de las ruinas en Alepo y Hatay, las dos ciudades más afectadas por el terremoto y, aunque me conmuevo, sé que no puedo llegar a sentir lo que los sobrevivientes están viviendo. Sin embargo, sí puedo experimentar la vulnerabilidad del ser humano y cómo lo que uno conoce y da por sentado puede cambiar en un instante. De eso no está libre nadie. En ocasiones nos sentimos invencibles e inmortales y actuamos como si vivir estuviera garantizado porque la fragilidad también es vanidosa y se protege de la evidente amenaza. De no ser así, la vida sería imposible.

Entonces pienso en la empatía —esa palabra que, de tanto usarse mal, está gastada— ser empáticos a veces no es suficiente. De todas formas, el desastre ajeno siempre se verá lejano y silencioso, fácil de resolver y de organizar. El tiempo sigue su curso, los que podemos seguimos con nuestras labores y actividades, nada se frena, no hay manera de que la humanidad completa se paralice a pesar de las guerras, los desastres naturales, la muerte y la violencia. Algunos se unen, mandan ayudas y se suman a las labores de rescate, pero no hay mucho que podamos hacer por aquel hombre que no le soltó la mano a su hija, aunque sabía que estaba muerta debajo de los escombros, ni por los bebés huérfanos. No hay cómo volver a sembrar esperanza donde la derrota se respira y se mezcla con el polvo de los ladrillos destrozados y la sangre. A veces, lo que realmente nos une a los hombres y a las mujeres, es nuestra inminente vulnerabilidad y la capacidad de seguirles dando vueltas a los relojes para que lo único que nos aplaste de manera decisiva y por igual sea el paso del tiempo.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/amalia-uribe/

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