El derecho al silencio

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«Y cuando el ruido vuelva a saturar la antena,
y una sirena rompa la noche, inclemente,
no encontraremos nada más pertinente
que decirle a la mente:
detente,
silencio,
silencio.»

Jorge Drexler

No recuerdo la última vez que dormí una noche de corrido; soy muy sensible al ruido. Cada noche me despierto por lo menos una vez por el volumen del bafle de algún vecino de la cuadra que colinda con el conjunto residencial. Los fines de semana son las noches más difíciles: la rumba puede durar hasta las cuatro o cinco de la mañana y no hay poder humano que la detenga. Ante la petición al vecino para que baje la música, la respuesta es el insulto. Por suerte, no he tenido el destino de Hernán Darío Castrillón, a quien en julio de 2022 sus vecinos le reventaron los ojos a golpes por pedir que le bajaran al volumen, o el de Gilberto de Jesús Alzate, a quien sus vecinos asesinaron a puñaladas en Santa Cruz por pedir un poco de silencio para dormir.

Ya ni siquiera pierdo el tiempo llamando al cuadrante de la policía, porque cuando van —si es que lo hacen— logran parar la bulla apenas unos minutos; cuando dan vuelta a la esquina, el volumen vuelve a hacer temblar las ventanas impunemente. He tenido entonces que recurrir a los tapones para los oídos, los somníferos y, en algunos casos, incluso a pasar la noche en vela, esperando que cese la música para dormir un rato al amanecer, cuando ya han apagado los parlantes.

Para el ruidoso trajín de los días, marcado por los pitos de carros, los trancones, los comercios, las ofertas callejeras, las sirenas y las notificaciones del teléfono, ya no queda como remedio el descanso silencioso de la noche, porque esta se ha vuelto también ruidosa, en algunos casos, insoportable. Los efectos más inmediatos de no poder dormir a causa del ruido son la irritabilidad, el estrés crónico, la ansiedad e, incluso, en periodos prolongados de tiempo, la depresión. Sumado a la enorme afectación de salud pública que representa esto para los habitantes de una ciudad como Medellín, donde, según el diario El Colombiano, 250 barrios tienen la problemática del ruido, está también la afectación medioambiental que esto conlleva para la fauna.

Por la conexidad que hay entre este problema público y derechos fundamentales como la vida e integridad, la salud y el medio ambiente sano, surge la necesidad de preguntarse si es el silencio también un nuevo derecho tutelable y, de serlo, qué mecanismos tenemos los ciudadanos para defendernos del ruido y sus nocivos efectos. La normativa es escasa y no le da ni a las autoridades un mandato y un proceder claro, ni al ciudadano un mecanismo de protección eficiente.

En el Legislativo cursa el trámite de la Ley Antirruido, una iniciativa del representante a la Cámara por Antioquia, Daniel Carvalho. En la exposición de motivos del texto están detalladas las problemáticas que esto representa para la salud y la convivencia, y la imperativa necesidad de legislar sobre este asunto. Ojalá esta iniciativa logre ser aprobada y sancionada, para que por fin muchos podamos volver a tener unos días más contemplativos y exentos de estrés, y también unas noches más silentes y plácidas. Veremos.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/samuel-machado/

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