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“Yo ya no pertenezco a ningún ismo, me considero vivo y enterrado”
Fito Páez.
El instinto gregario del ser humano, nuestra incapacidad de muchas veces explicar y tramitar los problemas que nos embargan, tiende a generar en nosotros la necesidad de seguir a algo o a alguien para no padecer el abrumador desconcierto de la duda. Sin embargo, esta renuncia a la autodeterminación es también una negación del individuo y un sacrificio de la libertad.
En las democracias personalistas de estos tiempos, el caudillo ha prevalecido sobre las ideas. En la política se han creado figurones, como los llamaba Machado de Assis. Hombres que todo lo saben, que todo lo pueden, que todo lo abarcan y que a todo responden. Cuanto problema surja, las musculosas capacidades del líder están ahí para subsanarlo. La sobredimensión de las bondades y la agencia de una figura, que en últimas no deja de ser humana, constituye un grave peligro para la democracia y sus instituciones.
En el culto al líder, los rebaños y los discípulos carecen de introspección y autocrítica. Para ellos, que ya han hecho de un humano un semidiós y los han puesto en un pedestal, toda crítica es una amenaza, una afrenta a su proyecto salvador. El líder es acaparador de la verdad, la suya es la correcta, la de otros una errata. En el disidente no ven una antítesis, ven un enemigo. Y así se la pasan, cultivando paranoias, espiando las ideas de otros y viendo peligro donde no lo hay.
Su lenguaje y Sus formas muchas veces no son más que apariencia sin sustancia. Suelen evadir el análisis de los problemas cayendo en el reduccionismo y la sobre simplificación. “Gobernar es comunicar” repiten, pero sus contenidos son en esencia vacuos y estériles. Tienen una visión generalizada de los problemas de la sociedad y el entendimiento de sus causas, más no un conocimiento o interés profundo para solucionarlas. En ellos hay solo pronunciamientos generales sin sustento alguno en la evidencia.
En esta época de elecciones es más frecuente ver al figurón rondando las calles, es su afán de conquistar los votos ciudadanos, cromando su imagen y prometiendo hasta lo que no le compete. Las elecciones son un espectáculo más del circo en el que se ha convertido la democracia, y el candidato, el protagonista. La deriva democrática la debemos en parte a la erosión que estos personajes y sus discursos generan en el sistema. Cargan de expectativas enormes a un aparato limitado e imperfecto, uno incapaz de procesar y entregar en forma de solución, la cantidad de inputs que se le ingresan.
Prefiero entonces abrazar el escepticismo, el abandono de cualquier esfuerzo reduccionista y el entendimiento de la limitada capacidad humana y estatal. Concluyo invitando al lector a identificar al figurón, que no es uno, son muchos, aquí y en todo el mundo. Pero también lo invito a no dejar de creer en la política como un medio para la transformación de las realidades sociales y en la democracia, imperfecta como todo, pero con enormes bondades. Esta es una exaltación de la política de las ideas, una que trasciende a las empresas y las gestas personalistas, una que lucha contra todos los poderes paralizantes. Si el fin es la imagen propia y no el interés general, el poder obtenido será infructuoso, terminará agotándose en sus propias contradicciones.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/samuel-machado/