El congreso no es un púlpito

El congreso no es un púlpito

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Hace unos días, el Congreso de la República de Colombia fue testigo de un evento que, más allá de ser un simple encuentro de ideas, se erigió como un peligroso intento por retroceder en las conquistas sociales y jurídicas más importantes de las últimas décadas. Una convención provida, realizada en el corazón de la institución que debe velar por la ampliación y garantía de derechos, tuvo como principal objetivo eliminar libertades fundamentales sobre los cuerpos de las mujeres y la autonomía de las personas sobre su propia vida.

La contradicción es flagrante: un espacio donde se legisla para proteger derechos se transformó en un escenario para suprimirlos. ¿Cómo es posible que en el Congreso de una nación que se proclama respetuosa de los derechos humanos se organice un evento que pretende revocar la libertad de decidir? El movimiento provida no busca únicamente “defender la vida” como suele proclamar, sino imponer una visión moral única y conservadora que intenta legislar desde el dogma religioso, poniendo en peligro los avances que, tras décadas de lucha, han permitido a mujeres y hombres tomar decisiones sobre sus cuerpos.

Lo que causa desconcierto, es verlos proclamar la biblia y hablar con propiedad sobre como imponerle a las personas su ideología, pero poco o nada hacen por los problemas que realmente aquejan a nuestro país. Son por el contrario en muchos casos, los promotores de la corrupción que orquesta escándalos como el de la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres, el mismo que hoy tiene centenares de niños en La Guajira sufriendo de desnutrición, y ahí si no hay convenciones para defender la vida de estos seres inocentes que terminan pagando las consecuencias de las ganas de dinero y poder de los politiqueros a los que ellos defienden. Al parecer no son defensores de la vida en todas sus expresiones, lo que les interesa es implantar la estigmatización en contra de quienes estamos a favor de los derechos.

Uno de los aspectos más alarmantes de esta convención es la forma en que se presenta la narrativa provida: bajo el disfraz de un discurso «a favor de la vida», lo que realmente hay detrás es un intento de evangelizar y moralizar las decisiones más íntimas y complejas de las personas. No se trata de defender a los no nacidos ni de proteger el «orden natural»; lo que buscan es imponer una concepción única y absoluta de lo que es correcto, sin importar el contexto individual ni las particularidades de cada caso. Esta visión reduce a las mujeres a simples receptoras de órdenes morales, negándoles la capacidad de decidir por sí mismas. Es un discurso profundamente paternalista, que nos trata como menores de edad que necesitamos ser dirigidas por la mano de un padre celestial que todo lo sabe.

En el caso del aborto, el retroceso que buscan es alarmante. En lugar de garantizar el acceso seguro, legal y gratuito, lo que desean es eliminar por completo el derecho de las mujeres a decidir sobre su maternidad, algo que ya debería estar superado en el debate jurídico y social. La sentencia de la Corte Constitucional que despenalizó el aborto hasta las 24 semanas de gestación fue un triunfo para la libertad y la dignidad de las mujeres colombianas, y eventos como esta convención pretenden ignorar esa realidad, empujándonos de nuevo a la clandestinidad y al riesgo.

Sin embargo, la cruzada moral no se detiene ahí. Durante la convención, también se habló de la eutanasia, tema que fue abordado con el mismo fanatismo y radicalismo. Para los provida, permitir que una persona en condición terminal decida sobre su vida y su muerte es un “pecado capital”, una afrenta contra la vida misma. Ignoran, convenientemente, los aportes de grandes juristas como Carlos Gaviria Díaz, quien dedicó parte de su vida a defender la eutanasia como un derecho fundamental, entendiendo que la autonomía sobre el cuerpo es una pieza clave en la construcción de una sociedad libre y justa.

La eutanasia no es solo una cuestión legal, es un tema de dignidad. Negar el derecho a morir dignamente es imponerle a una persona y a su familia el sufrimiento, es obligarla a vivir en condiciones que atentan contra su bienestar y su autonomía. ¿Cómo es posible que, en pleno siglo XXI, aún debamos escuchar discursos que tratan a las personas como seres sin capacidad de decidir sobre su propio final? La muerte es una parte inevitable de la vida, y el Estado debe garantizar que cada persona pueda elegir cómo quiere afrontarla, con dignidad y respeto.

Pero los provida no parecen interesados en la dignidad. Para ellos, la vida se reduce a un concepto abstracto, casi místico, que debe ser preservado a toda costa, incluso a expensas del sufrimiento humano. No hay empatía en su discurso, no hay consideración por las historias individuales. Sólo hay moralismo. Al adoptar esta postura, ignoran las realidades sociales y económicas que llevan a muchas personas a tomar decisiones sobre su cuerpo y su vida. No se trata de «defender la vida», sino de imponer una moral religiosa que debería estar fuera de las instituciones laicas.

Es profundamente problemático que el Congreso de la República se preste para este tipo de eventos. Colombia es un Estado laico, y el papel de las instituciones no es legislar a partir de creencias religiosas, sino garantizar los derechos de todos sus ciudadanos, sin importar su credo o su moral personal. Si permitimos que el Congreso se convierta en un púlpito, estaremos retrocediendo en nuestra historia, arriesgando la libertad de decisión sobre el propio cuerpo, la salud y la vida.

Los derechos no se ganan de una vez para siempre; hay que defenderlos constantemente de quienes pretenden eliminarlos. La convención provida en el Congreso es una advertencia de lo que podría venir si no tomamos medidas. No podemos permitir que un grupo de personas con intenciones morales y religiosas dictamine sobre los cuerpos y las vidas de los demás. El bienestar de las personas, su dignidad y su libertad deben estar siempre en el centro del debate legislativo, no el dogma. El Congreso no es un púlpito, y debemos recordarles a quienes ocupan sus escaños que su responsabilidad es con la vida real, no con la moral impuesta. Señores Congresistas, ustedes fueron elegidos para legislar con la constitución en la mano, no con una camandula y con la biblia debajo del brazo.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/ximena-echavarria/

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