Imagine que un intruso entra en su territorio, lo destruye, lo ocupa y, como si no fuera suficiente, un tercero poderoso —que debería respaldarlo ante semejante atropello— le propone ceder la parte ocupada de su propiedad a cambio de nada. Como si fuera poco, ese mismo tercero pretende cobrarle, de manera leonina, por la gestión. Lo pisotean, lo abusan y lo revictimizan. ¿Qué haría usted? ¿Aceptaría?
Esa es, aunque de forma reduccionista, la situación que enfrenta Kiev. Durante la guerra, ha perdido miles de civiles, millones de ciudadanos han tenido que buscar refugio en otros países de Europa y más del 20% de su territorio ha sido ocupado. A esto se suma que sus tropas atraviesan un momento crítico, con una alarmante falta de recursos.
Estas condiciones han empujado al presidente Volodímir Zelenski a lidiar con la creciente posibilidad de capitular ante el, hasta ahora, imparable autócrata ruso, Vladímir Putin. Aunque Kiev ha resistido valientemente durante estos tres años, gracias al apoyo económico y militar de sus aliados europeos, la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca ha cambiado drásticamente la situación.
Esta semana, el mundo fue testigo de un episodio digno de figurar en las páginas de la historia universal de la infamia. Trump cometió la canallada de citar a Zelenski al Despacho Oval solo para humillarlo y recriminarlo frente a los principales medios de comunicación del mundo. El mismo Trump, que previamente había osado llamarlo dictador y culpable de la guerra, se dio el lujo de pisotear la dignidad presidencial de su homólogo. Lo reprochó por, supuestamente, estar conduciendo a la humanidad hacia una tercera guerra mundial, le impuso condiciones indignas para Kiev y, de manera mezquina y diminuta, él y sus aliados, como J.D. Vance y Marco Rubio, se burlaron de la apariencia de un jefe de Estado, insinuando que debía arrodillarse para agradecer la ayuda recibida del pueblo estadounidense en el pasado.
En ningún momento, al menos por parte de estos tres altos dignatarios estadounidenses, se mencionó la amenaza imperialista de Putin. Y es que la agenda de Estados Unidos bajo Trump parece estar servilmente alineada con los caprichos de ese autócrata despreciable. Lo que Trump busca con la asfixia a Kiev es, en términos prácticos, el beneplácito del Kremlin. Permitir que Moscú se apodere impunemente de los territorios ucranianos es abrir la puerta para que lo siguiente sea la anexión completa de Kiev y la instauración de un gobierno títere de Rusia.
Desde ahí, la expansión de Putin no tendría freno. Estonia, Letonia, Lituania y Moldavia estarían en la mira, y la guerra terminaría por estallar en toda Europa. Trump, con su mezquindad y soberbia, se ha convertido en cómplice y auspiciador de un enorme sufrimiento humano. Su relación complaciente con Putin lo hace responsable de la gigantesca amenaza que enfrenta Europa y el mundo entero. La historia lo recordará como un criminal que reconquistó el poder utilizando el antiwokismo como fachada de su proputinismo.
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