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El camino largo

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Hace unos días el gran escritor Mario Vargas Llosa publicó una columna en El País que tuve que releer para digerir. Juzgaba a los inmigrantes latinoamericanos por su voto, básicamente en la línea de “tienen lo que han buscado”, afirmando por ejemplo que “la solución, en realidad, es muy simple y consiste en crear situaciones en las que los latinoamericanos no tengan que desplazarse porque los modelos que buscan los tendrían en la propia casa, si se atrevieran a aplicarlos. No es racional, por decir lo menos, que no apuesten, en sus propios hogares, por instalar aquello a lo que aspiran, lo que sería más coherente. Es decir, unas economías fundadas en el trabajo, el ahorro y la inversión, como en EE. UU. (…) Por primera vez, nuestros países pueden elegir la prosperidad o la pobreza”. Aún estoy sorprendida con la simplificación de su mirada, ojalá fuera posible suponer inocencia.

Como si fuera tan fácil que las acciones de los gobernantes reflejaran los anhelos más profundos de las vidas más diversas y vulnerables. No, quienes eligen líderes apartados de la derecha dura no buscan ni pobreza ni que sus países se descalabren. Para preocuparse por temas más sofisticados hace falta tener resueltos los más básicos: ¿Te preocupas por la inversión si la violencia te ha desplazado de tu tierra, si no tienes para mercar o para educar a tus hijos? Eso además de lo vital que resulta haber tenido una buena educación para saber evaluar a los líderes y sus propuestas antes de elegirlos.

Incluso, muchos que nos alejamos de la derecha elegimos, principalmente, libertad y humanidad: derechos como el aborto, el matrimonio y la adopción en parejas homosexuales, la eutanasia, el Estado laico, el respeto y la inclusión de minorías e inmigrantes, la protección de la naturaleza por encima del desarrollo ilimitado, la restricción de las armas y la paz como premisa, y, en general, una visión de la vida que persiga una igualdad que jamás será plena, pero que tiene que seguir siendo brújula. Y sucede que con la polarización se eliminan los puntos medios, aquellos que buscan proteger esas libertades sin dibujar utopías desde el populismo. Por eso más le vale a cada extremo cuidarse de seguir encumbrando enemigos, polarizándolo todo, porque lo que consigue es que le siga el extremo opuesto, aquello que más teme, en vez de un equilibrio donde quepamos todos. Y así nos va.

Escribió hace poco Fernando Vallespín que “la política real casi siempre acaba devorando a sus potenciales alternativas una vez que acceden al poder”. La derecha que hartó a Colombia posibilitó a Petro. Y lo que está saliendo mal lleva, como lo hablábamos con Valeria Santos en el podcast Universo No Apto, a un riesgo de que el próximo gobierno sea de extrema derecha. Y si eso es así, que se tengan por lo que vendría después. Mencionaba Vallespín el ejemplo de un partido de extrema derecha en Bremen, Alemania, llamado ciudadanos iracundos, diciendo: “Es el epítome del absurdo: cuanto más compleja se hace la gobernanza, tanto más infantil y primaria resulta la respuesta de los ciudadanos insatisfechos. No gusta lo que vemos y recurrimos a los más ineptos e indeseables, a quienes se guían por las vísceras, no a los potencialmente más capaces.”

Se le olvida a Vargas Llosa que se ha llegado al tipo de gobiernos que critica a raíz del hartazgo de los modelos que defiende en los países más desiguales del mundo, donde millones de personas olvidadas siguen intentando recordar que existen. Se le olvidan populismos como Trump y Bolsonaro, ¿o es que esos son los modelos que promueve? ¿Le gustará Bukele? ¿De verdad puede decir que los latinoamericanos que han emigrado en busca de una vida mejor no viven en sus países como en Estados Unidos o España porque no han querido elegir los gobiernos que harían eso posible?

Se le olvida que la polarización es un fenómeno global, que la gente, más conectada que nunca, más atenta a cómo viven otros como base de lo posible, intenta pegarse de alguna esperanza para no dejar de creer del todo en la política porque eso sería también dejar de creer en la viabilidad de la sociedad. Se le olvida que en los países más desarrollados el progresismo ha logrado vidas más humanas, y que en los que hoy resurgen las extremas derechas no es porque, como enuncia él, se hayan “rendido a la evidencia”, sino porque elementos como el aumento de las migraciones desde naciones más vulnerables y la amenaza del terrorismo son excusas perfectas para que los amantes del miedo, los nacionalismos, las razas puras y los enemigos fáciles de encumbrar multipliquen fanáticos y lleguen endiosados al poder.

Hay que intentar seguir creyendo en la política para que la esperanza tenga gobierno. Dijo Constanza Michelson que «La política, como el amor, es con fracaso”. Se pregunta ella si podremos lidiar con el fracaso y dejar de pensar que todo es responsabilidad del otro, y dice que «Tanto para amar como para sostener una democracia hay que entender que hay que aceptar ciertas cuotas de desengaño, que se actualiza cada día para poder sostenerla».

Traigo voces literarias para tejer sentido desde ideas diversas de quienes han ahondado en lo humano al construir universos —que es precisamente lo que no termino de comprender en Vargas Llosa. Dice Miriam Toews en Ellas hablan que “Quizá hace falta saber de una manera más concreta qué queremos construir con nuestra lucha, y no sólo qué queremos destruir con nuestra lucha”. Se le escapa a Vargas Llosa que tal vez lo que buscan millones de personas son naciones más humanas, cuando el azar las ha puesto a recorrer el camino largo no para cumplir sueños, sino para sobrevivir.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-franco-r/

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