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La noticia se vendió como una curiosidad. Pasó en el barrio Patri, de Roma. Un hombre irrumpió en una casa ajena para robarla, dicen. Parece ser que trepó por el balcón y anduvo husmeando qué llevarse hasta que se topó con la biblioteca. El hombre en cuestión responde al nombre de Daniele Liquori. Tiene 38 años.

“Una casa sin libros es una casa sin dignidad”, dijo Edmondo de Amicis, el autor de Corazón. “Un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma”, le atribuyen a Cicerón. Vaya uno a saber si el ladrón italiano estaría de acuerdo con ellos. Pero lo cierto es que se distrajo leyendo un libro que encontró allí: Gli dei alle sei. L’Iliade all’ora dell’aperitivo, de un tal Giovanni Nucci. La Ilíada a la hora del aperitivo, es el título con el que venden el libro en el idioma de Cervantes.

Me recordó a otro ladrón, a este lado del Atlántico. Se metió a la casa de Elena Poniatowska, en México. Fue en noviembre de 2021. “Buscaron, encontramos todo patas arribas, pero no le interesó al ladrón ni un solo libro. Me da hasta tristeza, aquí en México nadie se roba nunca uno”, dijo ella dejando de lado la pérdida del computador portátil, del obsoleto reproductor de discos compactos y que hubieran hurgado en su ropa interior.

Pensé tres cosas al leer la noticia: la primera, que entiendo Daniele Liquori, pues hay libros que cuesta soltar, que no se abandonan fácil. Cada quien tendrá los suyos.

La segunda es si habrá, en la biblioteca de mi casa, un libro con capacidad de atrapar a un hipotético ladrón. Espero yo que sí, que en la selección de títulos que han ido poblando las estanterías y muebles del apartamento deben reposar suficientes autores con la capacidad de atrapar lectores.

Y la tercera: envidié a Giovanni Nucci. Mirá vos, escribir un libro que deja a alguien tan absorto en él que olvida lo que tiene que hacer, que está en una casa ajena, que debe actuar pronto y esfumarse con el botín, no tenderse en la cama a leer un ensayo sobre héroes griegos que encontró en la mesa de noche de su víctima.

Le dije a alguien hace poco que esto de escribir columnas (o cuentos, o novelas, o poemas) no es otra cosa que el ejercicio de un náufrago que lanza botellas al mar con mensajes que buscan lectores. Algunos tienen la suerte de encontrarlos, incluso en los lugares y momentos más inesperados. Con suerte atesorarán eso que leyeron.

Fue a Arturo Pérez Reverte a quien le leí que una biblioteca: “es un proyecto de vida que nunca llegará a culminarse del todo”. Hace un par de años tuve el privilegio de ser adoptado como autor por un colegio de Medellín. “Su libro es el único libro que me he leído”, me dijo un estudiante emocionado en aquella jornada. Alguien, ya no recuerdo bien quién, le respondió con agudeza: “El único no, el primer libro que lees”.

Ojalá haya sido la cuota inicial de su propia biblioteca. 

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/

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